La Asociación Campesina para el Desarrollo del Alto Sinú
“ASODECAS”
Exige “Verdad y Justicia” sobre el asesinato del Padre Sergio Restrepo
Jaramillo.
El próximo primero de junio se cumplirán 24 años del vil asesinato
premeditado del Padre SERGIO RESTREPO JARAMILLO, Sacerdote Jesuita que entrego
su ser, hasta su muerte por la vida y la dignidad de los campesinos y
campesinas del Alto Sinú.
¿Quién asesino al Padre Sergio Restrepo?
¡¡¡Los campesinos y campesinas de tierralta
exigimos la verdad y justicia!!!
Padre Sergio Restrepo Jaramillo, S. J.
Junio 1° De 1989
Sergio había nacido en Medellín (Antíoquia) el 19 de julio de 1939. Su
padre fue un ingeniero civil ampliamente conocido en la sociedad antioqueña,
como alcalde que fue de la ciudad capital. Sin terminar aun su bachillerato,
adelantado en el Colegio de San Ignacio de Medellín, ingresó al noviciado de la
Compañía de Jesús el 12 de diciembre de 1957. Se ordenó como sacerdote jesuita
el 7 de diciembre de 1970.
Desde 1973 se dedicó al trabajo pastoral en medios populares, primero
como Vicario cooperador en la Parroquia de María Auxiliadora de Medellín, luego
como director del Instituto Obrero Tomás Villarraga (1976-79), y luego como
Vicario cooperador en la Parroquia de San José de Tierralta, en Córdoba (1979-89),
donde fue asesinado.
El trabajo en medios populares correspondió a una opción muy clara y
consiente que él hizo y que fue respaldada por sus superiores. Con alma de
artista, amante de la naturaleza, de la vida y de la espontaneidad, fue un
hombre descomplicado y práctico a quien repugnaron siempre las estridencias,
los protocolos, la publicidad y los honores, y que buscó un estilo de vida que
le permitiera sentirse sirviendo, en las formas más prácticas, a los pobres y
sencillos.
Su trabajo más prolongado lo desarrolló en Tierralta, donde permaneció
casi 10 años. Del equipo de jesuitas que estaba allí en 1989 era el más
antiguo, pues estuvo desde que la Parroquia le había sido encomendada a la
Compañía de Jesús, en 1979.
El Padre Hernando Muñoz, jesuita que compartió con él el trabajo de
Tierralta en sus primeros años, nos cuenta así el trabajo que Sergio desarrolló
en esa tierra cordobesa:
“El Padre Sergio empezó desde un principio una labor espiritual y
cultural que no paró hasta el último momento de su vida.
La Iglesia parecía una fábrica de cemento, sucia y con un caparazón de
mal gusto, la transformó en una belleza de templo, en un lugar que invitaba a
la oración y al recogimiento.
La decoró interior y exteriormente con un buen gusto artístico,
cambiándole por completo su aspecto físico en ventanas y paredes, con el apoyo
que le prestaron artistas de la misma Tierralta, pues hay muchas pinturas y
frescos que decoran el interior. Así mismo empleó para su decoración una
hermosa piedra verde que se encuentra en la subida de Ventanas.
Al pie del templo existía un fangal, en donde los cerdos se refrescaban
con las aguas sucias y se revolcaban en medio del barro y el lodo. El Padre
Sergio canalizó las aguas sucias y transformó el lodazal en un precioso jardín.
Allí construyó primero la biblioteca que cuenta en la actualidad con
9.000 volúmenes y es la mejor de la región, y estaba echando los cimientos de
un Museo de Cerámica Precolombina, para colocar piezas muy valiosas de la
cultura sinuana, únicas en Colombia, encontradas por él o rescatadas de manos
de los guaqueros. A los guaqueros les daba una especie de catequesis cultural,
enseñándoles a respetar las ollas y a no destruirlas por buscar el oro. No le
importaba el estado en que se encontraran las cerámicas; él de todas maneras
las recibía, aunque estuvieran en mil pedazos, gastando meses en su
reconstrucción pieza por pieza, con verdadera paciencia benedictina. En este
campo realizó una labor muy hermosa y científica, con el apoyo de Colcultura,
del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús y de la misma Parroquia.
Otro campo en el que estuvo trabajando fue en el de la educación, que en
esas regiones tropieza con muchas dificultades por parte de los políticos, de
las administraciones municipales y a causa del mismo orden público. Con el
apoyo del señor Obispo de la Prelatura y de la Parroquia, y con mucha
iniciativa suya organizó profesores veredales a quienes pagaba puntualmente.
Se interesaba también por la promoción de los maestros. A veces se
encontraba profesores que querían capacitarse más, pero que no lo podían
conseguir; entonces el Padre Sergio buscaba la manera de que lo obtuvieran.
Hacía visitas a cada una de las comunidades en donde se encontraban los
maestros, dentro de la selva, a veces a caballo o a pie, por el río o en
avioneta, cuando eran sitios distantes o peligrosos. Se preocupaba por cada uno
de los caseríos o veredas o sitios perdidos de la selva, procurando que se
organizasen y que progresasen en el terreno de la educación.
El Padre Sergio durante toda su vida de jesuita sintió un gran amor por
las orquídeas. Cuando llegaba a algún sitio o vereda, si le quedaba algún
espacio libre de tiempo se iba al monte, al bosque o a la selva a buscar
orquídeas.
No era una simple afición lo que lo movía sino una afición científica.
Cuando encontraba una orquídea investigaba la especie a la que pertenecía, cómo
se llamaba y en qué condiciones climáticas se producía.
Antes de ordenarse y siendo profesor de botánica en el colegio de San
Ignacio de Medellín, encontró cerca de El Retiro una orquídea que llevaba su
nombre: Sergius Purpúrea.
El Padre Sergio fue también un gran amigo de los árboles y de la
reforestación. Cuando llegó a Tierralta encontró que un alcalde había mandado
talar todas las palmeras de decenas de años que se encontraban alrededor del
parque, para colocar una plancha de cemento, que a 32, 34 o 36 grados
centígrados no era nada atractiva para nadie. Remodeló entonces el parque,
volviendo a plantar las palmeras y convirtiéndolo en un refrescante lugar de
esparcimiento.
Sembró en el corazón de todas las gentes la preocupación y el amor por
toda clase de árboles, por las ceibas, por las especies nativas, y en particular
por las palmas, de las que hizo un vivero para obsequiar ejemplares a quien se
lo solicitara.
Fue también un gran promotor de los jardines. Cuando las señoras
visitaban la casa cural y se enamoraban de sus matas, les decía: “no me vaya a
dañar mis matas. Dígame cuál le gusta y yo se la siembro”. Al poco tiempo
aparecía con la mata, con gran contento de las señoras.
El Padre Sergio estudió también las plantas medicinales, propias de la
región, incluso las plantas con las que los indígenas o curanderos trataban
las mordeduras de serpiente, mostrando en todo una preocupación verdaderamente
científica.
Por las noches, en donde es más peligroso salir por las fieras y las
serpientes, en sus visitas a las comunidades, se dedicaba a conversar con los campesinos,
sobre la historia de cada una de estas regiones, tratando de conseguir datos
sobre la colonización del Alto Sinú y del San Jorge y de todo este sector del
departamento de Córdoba. Es muy posible que hayan quedado entre sus apuntes
datos interesantes sobre esta materia.
Pero sobre el artista, el historiador y el científico sobresalía el
Padre Sergio Restrepo, el sacerdote. Era una persona que dedicaba todo el
tiempo que fuera necesario a la labor sacerdotal, sin importarle el clima, las
distancias ni nada. Administraba los sacramentos y daba la catequesis con mucho
cariño a los colonos y a los indígenas. Organizaba con mucho esplendor las
primeras comuniones. Por todo esto era muy querido y apreciado en todos los
campos y veredas. Atendía con especial cuidado a todas las personas que
llegaban a la Parroquia con algún problema de partidas. Dedicaba horas y aun
semanas a buscar cuidadosamente el dato que el interesado necesitaba.
Nosotros los jesuitas y otras personas amigas no nos explicábamos cómo
el Padre Sergio, quien era flaco y parecía de constitución endeble, resistía
ese tren de trabajo, en un clima tan ardiente como el de Tierralta. El hecho es
que fue el único del equipo de los cuatro que estuvo permanentemente en
Tierralta durante casi diez años, hasta que lo asesinaron.
Contexto de violencia:
Tierralta es un extenso municipio (cinco mil kilómetros cuadrados)
incrustado en una de las zonas más afectadas por la violencia y los conflictos
sociales. Tierra de latifundios en manos de ganaderos y madereros y al mismo
tiempo zona de refugio de campesinos expulsados por la violencia de la vecina
zona del Urabá antioqueño, fue caldo de cultivo para organizaciones
guerrilleras que encontraron acogida en amplias capas de campesinos sometidos a
condiciones infrahumanas de vida. Pero también fue zona codiciada por poderosos
narcotraficantes, quienes la escogieron como residencia y como asentamiento y
base de entrenamiento de ejércitos privados a su servicio, los que pudieron
desarrollarse gracias a la tolerancia, protección y colaboración de las Fuerzas
Armadas del Estado.
Moverse en esa zona durante un período tan prolongado como el que estuvo
allí Sergio era ya un alto riesgo. Médicos, sacerdotes, educadores y
funcionarios, obligados a desplazarse por las zonas rurales, caían rápidamente
bajo la “sospecha” de estar colaborando con las guerrillas o con los militares
o los paramilitares. Sergio atendió a muchas comunidades campesinas e indígenas
de su parroquia, entre ellas a Saiza, un pequeño caserío cuya Iglesia fue
destruida a causa de cruentos enfrentamientos entre guerrilla, militares y
paramilitares.
Pero, además, vivir en aquel medio y convertirse en confidente de tanta
gente victimizada por la violencia, era otro motivo de “sospecha”. Sergio era,
realmente el amigo de la gente; departía con la gente sencilla en cafeterías y
bares y por ello mismo tenía que convertirse en caja de resonancia del profundo
conflicto que afectaba a su feligresía, donde se producían muertos a granel.
La alianza militar/paramilitar era el poder dominante, con el cual
Sergio no quiso tener ninguna relación de amistad; estaban demasiado manchados
de sangre, de torturas y de muerte. Por el contrario, cuando Sergio planteó la
remodelación y decoración del templo haciendo pintar en él imágenes que
llevaran mensajes evangelizadores para el pueblo, decidió incorporar la
denuncia directa y plástica entre aquellas expresiones de arte y de catequesis.
En efecto, para el lugar central del templo, Sergio diseñó un mural que
sirviera como telón de fondo al altar, inspirándose en el “Paño de Cuaresma”
difundido por la organización Misereor (del Episcopado alemán) en 1982, el
cual reproduce la obra del artista haitiano Jacques Chéry. Sergio le solicitó
al pintor que cambiara las fisonomías negras por otras mestizas.
El artista haitiano quiso plasmar, en el Paño de Cuaresma, la Historia
de la Salvación, dividiendo el cuadro en tres planos horizontales, así:
Inferior: plano de la oscuridad y de la falta de fe; Centro: plano del vencimiento
del mal a través de Cristo; Superior: Plano de la Esperanza y de la Promesa.
Por ello en el plano inferior, en la parte central, representó, como raíces del
mal, escenas de violencia, de guerra y de tortura.
Cuando Sergio dio las orientaciones al artista para ejecutar la obra, le
pidió que en la escena de tortura tratara de plasmar el hecho criminal,
conocido por todo el pueblo de Tierralta, de las torturas que los militares
habían infligido al ex-sacerdote Bernardo Betancur. Este pecado seguía clamando
justicia, ya que Bernardo Betancur, antiguo párroco de Tierralta, quien al
retirarse del ejercicio del sacerdocio continuó viviendo en esa población,
había sido varias veces detenido y torturado por miembros del Ejército y había
sido asesinado por ellos mismos el 3 de noviembre de 1988. El artista plasmó
con tanta fidelidad los rasgos físicos de la víctima, dentro de la escena de
tortura, que, sin necesidad de explicación, el pueblo leyó permanentemente
aquella muda denuncia y se dejó interpelar por ella.
Los militares, sin embargo, no soportaron aquella denuncia que fijaba su
horrendo crimen en la memoria del pueblo. El Capitán César Augusto Valencia
Moreno, Comandante de la Base Militar de Tierralta, presionó repetidas veces a
los sacerdotes de la Parroquia para que modificaran el mural, pero siempre
encontró resistencias. Entonces comentó confidencialmente a varias personas del
pueblo y de fuera del pueblo, que ese mural iba a tener consecuencias graves y
que el Padre Sergio las pagaría.
“A SERGIO LO MATÓ EL MURAL”. Este
comentario recorrió el pueblo mil veces, con sigilo, después del asesinato,
cuando los feligreses, impactados por el crimen, trataban de relacionar en su
memoria comentarios, gestos y actitudes de los militares.
El primero de junio de 1989 Sergio tenía un aire de preocupación desde
la mañana. Su profundo conocimiento de aquel pueblo y de sus gentes, le hacía
percibir con facilidad lo que se salía de su ritmo normal. Comentó a uno de
sus compañeros jesuitas que había visto a dos hombres extraños con actitudes
sospechosas. “Algo va a pasar”, dijo. En efecto, dos asesinatos se fueron
sucediendo, primero el de un conductor de la empresa Cochetral, y luego el de
un poblador que transitaba cerca del hospital.
Algunas personas acudieron a la alcaldía para pedir que se hiciera algún
control, pues los asesinos se paseaban por el pueblo con la mayor tranquilidad.
Entonces el agente de la Policía, Efraín Segundo Estrada Castro, asignado al
servicio de Escolta del Alcalde, detuvo por unos momentos a los sicarios y les
pidió que lo acompañaran a la alcaldía; sin embargo, estos exhibieron
credenciales del B-2 (Servicio de Inteligencia del Ejército) y el agente los
dejó libres en el camino. Pocos minutos después disparaban contra Sergio.
La Procuraduría pudo establecer posteriormente que los miembros de la
Policía tenían instrucciones precisas sobre qué hacer en caso de encontrar a
supuestos agentes de servicios secretos del Estado que afirmaran estar
ejecutando órdenes a cubierta. En esos casos, los supuestos agentes debían ser
conducidos al Comando de la Policía, ser identificados y debía verificarse, en
comunicación con sus respectivos comandos, la naturaleza de su misión. Estas
normas fueron violadas por el agente Estrada Castro y por el Comando de
Distrito de Tierralta. ¿Habrían recibido otro tipo de instrucciones para no
aplicar normas tan necesarias aquel día en que ya se habían producido varios
asesinatos?
En el momento en que los sicarios dispararon contra Sergio, el Capitán
César Augusto Valencia se encontraba en la alcaldía. Las personas que estaban
allí lo notaron muy nervioso, pues se asomaba cada momento al balcón, como
esperando algo que tardaba. Cuando se escucharon los disparos, en visible
ademán burlesco desenfundó su arma y se colocó detrás de un escritorio.
Personas que se hallaban junto a la alcaldía en el momento de los
disparos, no salían de su asombro cuando vieron que varios agentes de la
Policía bajaron corriendo de la alcaldía y tomaron una dirección diametralmente
opuesta al sitio de donde provenían los disparos. ¿Obraría allí nuevamente la
supuesta consigna de omisión, en complicidad con el crimen?
La Procuraduría pudo establecer también que la Policía, en caso de
ocurrir un crimen dentro del poblado, tenía orden de taponar las vías de acceso
al casco urbano y de practicar requisas en establecimientos públicos y hoteles,
pues ya se sabía que, de ordinario, los asesinos provenían de fuera. Esta nueva
omisión permitió a los sicarios huir sin precipitaciones, con una tranquilidad
que escandalizó a todos los testigos, y tomar el camino hacia La Apartada, vía
que conduce al corregimiento de Río Nuevo y allí al municipio de Valencia.
Las confesiones hechas por un paramilitar ante el Departamento Administrativo
de Seguridad (DAS) el 4 de abril de 1990, revelarían que los sicarios provenían
de la hacienda Las Tangas, propiedad del narcotraficante Fidel Antonio Castaño
Gil, donde tenía su centro de operaciones una poderosa estructura paramilitar a
su servicio. El testigo denunciante había presenciado el momento en que los
sicarios que asesinaron a Sergio dieron su “parte de victoria” y relataron la
ejecución del crimen con minuciosos detalles, los que coincidían con las
versiones de los demás testigos.
La hacienda Las Tangas era un sitio conocido a nivel nacional por su
relación con el paramilitarismo. Varios periódicos y revistas de circulación
nacional la habían señalado públicamente como el centro de operaciones del
grupo paramilitar que perpetró las masacres de “Honduras” y “La Negra” (en el
Urabá antioqueño, 4 de marzo de 1988) y de “Mejor Esquina” (en Buenavista,
Córdoba, 3 de abril de 1988), identificando nominalmente a su propietario,
Fidel Castaño Gil, a quien daban el apelativo de “Rambo Colombiano”. Pasma
constatar que a pesar de que esta información era de dominio público, la
hacienda no fue registrada por organismos de seguridad del Estado, ni su
propietario llevado ante la justicia. Esta omisión aun más grave se revela como
ante cedente de primer orden en los hechos que conducen al asesinato de
Sergio.
Pero algo más grave aún es que jóvenes de la región, que prestaron su
servicio militar en esta época han revelado que fueron llevados a
entrenamientos militares en la hacienda Las Tangas, o pudieron constatar que,
cuando patrullaban la zona registrando fincas, sus comandantes les impedían
ingresar a Las Tangas o a Jaraguay (otra hacienda de Fidel Castaño, aledaña a
la anterior), a donde sólo entraban los oficiales del Ejército y luego salían
con gaseosas, cigarrillos, enlatados y licores para obsequiar a los soldados
rasos. También les servían a la entrada de la hacienda, exquisitos banquetes.
El cuadro del crimen con sus autorías intelectuales y materiales fue
siendo, poco a poco desvelado, a pesar de los numerosos testimonios que no
pudieron ser presentados ante la justicia, pues si algo ha asimilado el pueblo
de Tierralta en su dolorosa experiencia, es que “quien denuncia, es persona
muerta”.
El cadáver de Sergio, luego del sentido homenaje tributado por el pueblo
que lo consideró “el amigo” por antonomasia, fue trasladado a Medellín con el
fin de que sus familiares más cercanos pudieran asistir a sus exequias. Pero su
corazón y sus entrañas, extraídas durante la necropsia, fueron luego
sepultadas en un monumento dentro del templo parroquial, junto a la imagen de
Cristo crucificado, donde una placa de mármol exhibe el texto del Epitafio que
él mismo había escrito:
En unos cuantos metros cúbicos de
aire y noche, poned este Epitafio, que es toda mi fortuna:
Aquí reposa Sergio, Señor de nube y
sueños, que gastó sus riquezas de amor y poesía hasta quedar tan limpio como
está limpia losa.
Si algún rumor del mundo queréis a
su retiro traerle solamente dadle el del ancho mar.
Y si osáis algún día dibujar su
retrato, decid: fue un navegante varado en tierra firme.
Buscó siempre el amor en las rutas
incógnitas de la inefable rosa de los vientos.
Creyó en la vida.
Hizo de la amistad su lema.
Su existencia fue un sueño.
Y a su muerte devolvió a Dios su
alma y reintegró a la tierra lo que ella le había dado: un efímero nombre y un
puñado de huesos.
Tomado del libro: Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida,
1992 del Sacerdote Jesuita Javier Giraldo Moreno. www.javiergiraldo.org
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