sábado, 23 de febrero de 2013

Hoy 23 de febrero se cumplen 50 años de la masacre de cementos El Cairo (Colombia)




Hoy 23 de febrero se cumplen 50 años de la masacre de cementos El Cairo

Un crimen de Estado sin perdón y olvido


Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

“Listos, apunten, fuego”. Así, literalmente, fue la orden que decenas de trabajadores oyeron aquella tarde de sábado en las afueras de la fábrica. No podían creer que las tropas recibieran el bando de muerte por defender sus derechos.

El 23 de febrero de 1963, hace medio siglo exacto, cuando los obreros de cementos El Cairo, en Santa Bárbara, a 502 kilómetros al sur de Medellín, se apostaron a la salida de la factoría para impedir que una caravana de 40 volquetas cargadas de klinker, -- una de las materias primas para la producción de cemento—salieran a las instalaciones de cementos Argos hacia Medellín, los soldados al mando del capitán Guzmán y el sargento Jaramillo, abrieron “fuego a esa gente”.

Como recuerda hoy Sutimac, el sindicato de los obreros de la construcción, enseguida se inició una cerrada descarga de fusiles que apuntaban en todas las direcciones. Entonces empezaron a caer los primeros heridos y varios muertos, entre ellos la niña de 12 años, María Edilma Zapata, hija del trabajador y sindicalista cementero Luís Eduardo Zapata García.

Santa Bárbara, conocida como el poblado de los bellos paisajes y cuna de la cordialidad, conocía la peor tragedia de su historia: trece muertos y dos docenas de heridos graves, todos a punta de fusil.

El país estaba consternado y el ministro de Trabajo de la época, el conservador Belisario Betancur, quien no daba instrucciones serias para resolver el litigio laboral, se limitó a decir que lamentaba la tragedia.

Por lo menos un lamento. Por que el gobernador de Antioquia, Fernando Gómez Martínez y dueño el periódico El Colombiano no dejaba pasar un día sin insultar en las páginas de su vocero a la organización sindical que exigía mejores salarios y respeto a sus derechos.

El cómplice intelectual de la matanza a los obreros; el Gobernador Fernando Gómez Martínez,
dueño del diario El Colombiano, que desde su trinchera de terrorismo mediático atacó
sistemáticamente a la organización sindical por irresponsable. En la foto  con el poder
militar e de la Iglesia Católica


Para los trabajadores, entre los responsables de esta masacre están las directivas de Cementos El Cairo, el Presidente de la República, Guillermo León Valencia, el Coronel Armando Valencia Paredes, el Capitán Guzmán y el Sargento. Pero jamás fueron llamados a juicio y las investigaciones se extraviaron entre juzgados y tribunales.

Hoy sábado tuvieron lugar varios homenajes en Santa Bárbara, la ciudad antioqueña de la cordialidad, en memoria de los trabajadores. Sus pobladores jamás conocerán el olvido y por el contrario aun exigen justicia. El Estado, tan acucioso en exigir el respeto a las leyes de la República, en esta hora de reparación, debe también pedir perdón.

Publicamos un excelente reportaje del estudiante de la Facultad de Periodismo de la Universidad Antioquia Juan David López a propósito de esta amarga lección para los colombianos.

En la foto, el dirigente sindical de los cementeros, Luis Eduardo Zapata, sobreviviente de la masacre y padre de la niña María Edilma, muerta aquel día:




Con el cemento en la sangre, 50 años de la masacre de El Cairo

Por Juan David López Morales

El viento frío de las 5 de la tarde fue testigo de todo. Una fila de 40 volquetas cargadas con cemento elaborado y clinker, que según el Gobernador de Antioquia tenían que pasar “costara lo que costara”, fue retenida por unos 150 trabajadores de Cementos El Cairo apostados sobre la Troncal de Occidente.

Tras 26 días de huelga, una determinación los reunía en ese momento: las volquetas, conducidas por “esquiroles”, no pasarían. Marta Lía Patiño no salió de su casa, pero desde su ventana vería cómo un conflicto laboral desencadenaría una de las masacres más emblemáticas y olvidadas de la historia reciente de Colombia.

El hecho tuvo lugar a tan solo unas cuadras del parque principal de Santa Bárbara, donde hoy se levanta un obelisco, un mausoleo rodeado de pinturas y frases alusivas a la lucha obrera y sindical, a la lucha de clases y a los caídos de ese día. Sobre la base de éste, se instalaron varias placas de distintos sindicatos del Departamento en las cuales lamentan las pérdidas.

La mayor parte del tiempo, este sitio de memoria de aquel 23 de febrero, permanece cerrado entre rejas rojas. Y, aunque la memoria sobre estos hechos agoniza, este año se rendirá homenaje a las víctimas tras 50 años de impunidad.

En este pueblo va a pasar algo -Arrégleme al “Ojón”, yo me lo llevo. Usted sabrá cómo se va a defender aquí, pero la cosa como que está maluca.

“El Ojón” era Fabio, hijo mayor de Marta Lía y Fabio Villada. Aunque en el Barrio Obrero –hoy conocido como Los Almendros– todo parecía normal, el ambiente estaba enrarecido. Un convoy de volquetas había pasado a eso de las nueve de la mañana hacia la fábrica de Cementos El Cairo. Los huelguistas se preparaban.

Desde la ventana de su casa, doña Lía vio a varios soldados que se encontraban apoyados sobre el pecho en posición de francotiradores. Estaban detrás del Hospital, una construcción encaramada en un morro al frente del Barrio Obrero. Allí, los uniformados tenían la panorámica de la vía por donde el cemento debía pasar “a como diera lugar”.

Los huelguistas cargaban canecas con agua por la calle principal del barrio hacia la caseta que, desde temprano, habían armado junto a la carretera. También cargaban toallas. Se preparaban para contrarrestar el efecto de los gases lacrimógenos porque sabían que las volquetas venían escoltadas por el Ejército y la Policía.

La casa de doña Lía es una construcción vieja en la que un largo corredor conecta la puerta principal con todas las habitaciones y un solar, donde ella permanece sentada por horas. Hace más frío que afuera y el viento va y viene todo el tiempo entre el solar y la sala. Esta casa también sería, hace cincuenta años, testiga muda de los hechos de ese día.

Del conflicto laboral al conflicto de intereses Los intentos de negociación, presididos por un tribunal de arbitramento, no lograban poner de acuerdo a obreros y patrones. Medellín estaba desabastecido de cemento. El 22 de febrero, más de 20 compañías constructoras de la ciudad firmaron una petición conjunta en la que amenazaban con despidos si no llegaba el material para emplear a “millares de obreros” en Medellín.

Así, la imposibilidad de solucionar un problema laboral en Santa Bárbara amenazaba con desencadenar un problema laboral aún peor en la capital.

En primer lugar, la comunicación responsabilizaba a los huelguistas de El Cairo del desempleo que se desencadenaría. El segundo y último punto anunciaba que, desde el 25 de febrero siguiente, “no podremos garantizar un pleno empleo, y las jornadas serán limitadas por las cantidades de cemento que se reciban, dejando clara constancia de que llevamos más de un mes trabajando con mínima eficiencia, con graves perjuicios para nuestras compañías, para nuestros clientes y para la economía en general”.

De esta manera, las empresas firmantes y Camacol, como representante del gremio de la construcción, comenzaron a presionar la necesidad de que pasaran el cemento y el clinker. Este último era la materia prima necesaria para que empresas como Cementos Argos pudieran elaborar el cemento para cubrir la demanda de los constructores de Medellín.

La huelga de El Cairo despertó un interés particular en el Gobierno Nacional, en una época en que los conflictos laborales y sindicales eran frecuentes en todo el país. Eduardo Uribe Botero se desempeñaba como Ministro de Gobierno durante la presidencia de Guillermo León Valencia, la segunda del Frente Nacional y la primera conservadora. El 26 de febrero de 1964 el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá preguntó a Uribe Botero, cuando actuaba como embajador de Colombia en Washington, si en ese momento él o su familia eran accionistas de Cementos Argos o de Cementos El Cairo: “No soy accionista de Cementos El Cairo. Soy accionista de Argos. No sé si mis familiares tienen acciones en esas Compañías, pues cuento con no menos de ochenta familiares entre hermanos, cuñados, primos hermanos, sobrinos, hijos de sobrinos, etc…, etc.”

En el libro La Masacre de Santa Bárbara (Frente Nacional 1958-1965), el Centro de Investigación José Carlos Mariátegui, de tendencia marxista-leninista, sostiene que Uribe Botero tiene contradicciones al respecto. “Lo que no confiesa es que para el 23 de febrero de 1963 desempeñaba con simultaneidad el Ministerio de Gobierno y el puesto de miembro principal de la Junta Directiva de Cementos El Cairo, como lo comprueba claramente la respuesta dada por la Cámara de Comercio de Medellín el 4 de febrero de 1964 a una solicitud que al respecto le hizo el Tribunal Superior de Bogotá el 26 de febrero de 1963”.

El Ministro de Gobierno tenía un conflicto de intereses con la huelga de El Cairo. Sin embargo, manifestó al mismo Tribunal que no tenía conocimiento de éste por ser de influencia directa del Ministerio de Trabajo y no de su cartera. Pero tal conflicto quedó en evidencia cuando el 25 de febrero, dos días después del trágico desenlace de la huelga en Santa Bárbara, la Asamblea General de Accionistas de El Cairo registró ante la Cámara de Comercio el nombramiento de una nueva Junta Directiva en la que no aparecía Uribe Botero, hasta entonces tercero principal de la Junta.







martes, 12 de febrero de 2013

Colombia: La hazaña histórica de la USO. Roberto Romero Ospina



La hazaña histórica de la USO


Roberto Romero Ospina
Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

No hay nada que hacer. La más importante celebración del movimiento sindical colombiano no le merece a los grandes medios ni una sola línea en sus impresos, ni un solo minuto en sus espacios. Los 90 años de la Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo deben pasar desapercibidos para todos.

Lo hemos dicho desde estas páginas: la memoria histórica cada vez más no contará con la prensa y los historiadores se verán a gatas cuando en cincuenta años o más, quieran tomar como referentes de lo acontecido a los grandes medios pues allí poca cosa o nada encontrarán sobre el activo movimiento social.

Veintiún gobiernos contra la USO


La realidad es que permanecer una federación de trabajadores durante 90 años no es algo de poca monta. En un país marcado por la más cruda violencia política, persistir y nada menos en oposición a las multinacionales del petróleo y a exactos veintiún gobiernos liberales y conservadores, ya de por sí es una hazaña histórica.

Es que durante estos años no ha habido régimen que no se opusiera y se oponga hoy, a los programas en defensa de los recursos naturales esbozado desde el mismo nacimiento de la USO el 10 de febrero de 1923, y por supuesto a las reivindicaciones obreras.

Pasaron más de 20 años desde que comenzó la explotación petrolera en Colombia, cuyos más fuertes inicios tuvieron lugar con la Concesión de Mares, en Santander, en 1906, hasta su traspaso fraudulento a la Tropical Oil Company en 1919, para que naciera un sindicato de los obreros del petróleo.

Los historiadores, en especial Renán Vega, dan cuenta que aquel 10 de febrero de 1923 un puñado de dirigentes sociales fundaron la USO en la más completa clandestinidad en Barrancabermeja, que ya contaba con 5000 trabajadores y 200 estadounidenses, de un total de 12.000 habitantes que tenía el municipio.

Una historia de infamias


La creación de la Tropical Oil Company (Troco) permitió un nutrido proceso de migración, en el que fueron enganchados muchos obreros que provenían de las sabanas de Bolívar, Sucre, Córdoba, también oleadas de antioqueños y de santandereanos, que se adaptaron al clima y los duros trabajos requeridos para iniciar la explotación del petróleo, como los hacheros y macheteros trabajando como peones, nos recuerda

Entre los años de 1919 y 1922, como señala Vega, la Troco para enganchar a los trabajadores les prometían lo divino y lo humano, pero los obreros se decepcionaban muy rápido al ver que las promesas no coincidían con la realidad: no existía un adecuado aprovisionamiento de agua potable para el consumo humano, pues no había plantas de tratamiento ni acueducto.

Las jornadas para extraer el petróleo eran extenuantes pues pasaban de las 10 y 12 horas, mientras los obreros vivían en barracas llenas de incomodidades y rodeados todo el tiempo de mosquitos y plagas.

Todo esto llevó a que se organizaran las primeras acciones de lucha con paros y protestas. Y cundiera el deseo de comenzar a organizarse en un sindicato.

A orillas de la quebrada La Putana se reunió la primera junta directiva de la Unión Obrera. Fueron los dirigentes socialistas Manuel Francisco Hernández, José María Blanco, Pedro Sosa, Dionisio Vera, Juan F. Moreno, Víctor Pájaro, Alfredo Campos y Rozo Carrascal, quienes declararon fundada la Sociedad Unión Obreros y distribuyendo los cargos directivos.

El apóstol Maecha


El primer presidente de la Sociedad Unión Obreros, como se llamo inicialmente, fue E. Sánchez Sanmiguel y como Secretario General fue elegido Raúl Eduardo Mahecha, un abogado que siempre entregó sus servicios a los trabajadores, y recio luchador social curtido en las luchas del río Magdalena y las bananeras de Ciénaga.

Raúl Eduardo Mahecha
Anota el investigador Rafael Antonio Velásquez, que Mahecha, cuando llegó al puerto arrendó un cuarto en una de las desvencijadas casas de la población y allí empezó a ofrecer sus servicios como abogado, anunciando que sólo cobraba “honorarios para favorecer a los obreros”. A la vez, comenzó a prepararlos espiritualmente, fundando el periódico Vanguardia Obrera que editaba por medio de una imprenta volante de su propiedad.

En esta prensa se empezó a denunciar las iniquidades de la compañía y las desastrosas condiciones de vida de la población obrera. Fueron lemas del periódico: “Las libertades no se piden, se toman”; “Trabajo o revolución social” y “Es la misión histórica de la clase trabajadora hacer desaparecer el capitalismo”, frases éstas que siguen siendo vigentes en la actualidad y en especial, para que la clase trabajadora siga luchando.

Por sus permanentes denuncias, la asesoría que les proporcionaba a los obreros y su entrega en las labores organizativas, soportó la calumnia por parte de la Troco que siempre lo calificó como un ex presidiario que no merecía ser escuchado. A medida que el trabajo organizativo de Mahecha cosechaba frutos, siendo el más importante la fundación de la Unión Obrera, la compañía estadounidense empezó a presionar al gobierno para que lo persiguiera. Aquél tuvo que soportar amenazas, multas, luego prisión y ostracismo tras las huelgas de 1924 y 1927.

El historiador del movimiento obrero, Renán Vega, anota que la labor de Mahecha en Barrancabermeja le dio dignidad y autoestima al obrero colombiano, haciéndole comprender que era un creador de riqueza cuyo trabajo beneficiaba a la Troco. Esta autoestima adquiría un carácter de reivindicación nacional ante la explotación a la que la multinacional norteamericana sometía al país y a sus habitantes.

La histórica huelga 1924

Un legado de honor


Él fue el dirigente indiscutido del movimiento obrero en la zona petrolera de Barrancabermeja en la década de 1920, una de sus acciones más resonantes fue su bandera de lucha: La reivindicación de los tres ochos (8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de estudio) como símbolo en las dos primeras huelgas de 1924 y 1927, época en que fue encarcelado en dos oportunidades, en la primera permaneció 13 meses preso y en la segunda, junto a los principales organizadores fueron detenidos y llevados después a Tunja, donde se les torturó, sometiéndolos al terrible suplicio del cepo. A comienzos de 1928, se fue para Ciénaga a continuar un nuevo combate contra la United Fruit Company, para ayudar a organizar la huelga de finales de 1928.

En impensable hacer cualquier historia del movimiento social colombianos sin tener en cuenta a la USO, que forjó, entre otras cosas, el nacimiento de Ecopetrol el 21 de agosto de 1951 tras las huelgas por la exigencia de que revirtiera al Estado Colombiano la Concesión de Mares, en manos de la Tropical.

Y en todo este tiempo, donde siempre ha primado la divisa nacionalista de la USO por que se mantenga el recurso petrolero en manos enteras de la Nación, no pocas persecuciones ha sufrido el sindicato.

María Chacón e hijos, viuda y huérfanos del combativo luchador de la USO,
Manuel Chacón, asesinado por el Terrorismo de Estado.


En estos 90 años han sido asesinados 104 dirigentes de la USO, heridos decenas en tantas refriegas para apaciguar sus protestas, muchos tuvieron que escoger el camino del exilio para salvar sus vidas y centenares han sido encarcelados.

El país aun está en deuda con la USO. Todas sus víctimas, como los dirigentes Aurya Sará Marrugo, Manuel Gustavo Chacón, Orlando Higuita, y tantos otros, merecen el reconocimiento del Estado y su vindicación histórica en estos tiempos de reparación. Por ello el olvido de la prensa en estos días de memoria de la USO, no es otra cosa que volver a ofender a las víctimas y con ello a todos los trabajadores colombianos.





domingo, 10 de febrero de 2013

10 años del atentado que dejó 36 muertos. Las lecciones de El Nogal


Bush decora Uribe. Dos hombres de guerra y dos fechas con contenido fatal:
Depués el 11 de septiembre de 2001 el mundo fue objeto por la guerra abierta
dirigida desde el Pentágono. El 7 de febrero 2003, Uribe también declaró
su guerra, con la ayuda del Pentágono

. Dos atentados no
investigados con efectos fatales para la paz.




Roberto Romero Ospina
Publicado en Centro de Memoria, Paz y Reconciliación y Rebelión

Cuando Uribe cumplía exactos seis meses de gobierno, la barbarie se apoderó de Bogotá. En su periodo anterior, eran frecuentes las acciones armadas de todos los bandos sólo en el campo.

Ahora el peor atentado golpeaba a la capital, cuyos habitantes siempre han creído, de cuando en cuando, que la violencia es sólo para “los del monte”. Hasta que la acciones que detonan poderosas bombas les hacen recordar que este es el centro político de la nación y por tanto objetivo militar de quienes fincan sus propósitos de poder en el uso del terror.

Así fue en los años noventa cuando un enloquecido Pablo Escobar llenó de pavor a la ciudad a punta de dinamita durante semanas enteras con centenares de muertos.

Minutos antes de estallar la muerte en el selecto club El Nogal, un viernes de jolgorio como todos los fines de semana, culminaba un gigantesco acto en el centro de convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada. Cerca de dos mil personas convocadas por la izquierda, lanzaban su propuesta contra el referendo uribista que pretendía una reforma constitucional, que con el cuento de la lucha contra la politiquería, ampliaba sus poderes. Que por fortuna perdió en octubre de ese año.

Todos a la salida comenzamos a buscar las noticias del atentado. No había duda de que se trataba de una horrenda acción que iba a traer serias consecuencias para la sociedad entera. Se había atacado el corazón de la elite bogotana creyendo sus autores, en su lógica perversa, que la desestabilización del régimen vendría en cuestión de horas arrastrando a todo el país.

Vana creencia. Lo que vino, tras la muerte de 36 personas, incluidos niños y mujeres y más de 200 heridos, muchos de ellos hoy lisiados, fue una respuesta de repudio ciudadano con movilizaciones y con todos los medios encima. Y la ofensiva del Estado contra los opositores amén de la atrevida propuesta de Uribe de acabar con los “terroristas”, incluso con la intervención extranjera.

“Necesitamos que el mundo democrático venga a Colombia a ayudarnos a derrotar el terrorismo. Necesitamos que así como se está dando en Naciones Unidas una discusión sobre el caso Irak, el mundo tome la decisión de ayudar a Colombia. Necesitamos la tecnología de los países democráticos, sus recursos técnicos, sus recursos financieros, sus sistemas de transporte, para que le ayuden a nuestra Fuerza Pública y a nuestra Fiscalía a derrotar a los terroristas”, fueron sus palbras.

El presidente Bush de inmediato salió en su apoyo. Poco después se redoblaría la asistencia militar a Colombia.

Varios sectores de organizaciones de derechos humanos acudieron al medio día del 8 a las instalaciones del club a elevar su protesta por el atentado. Entre sus figuras recuerdo a Ana Teresa Bernal, hoy Alta Consejera para los derechos de las víctimas, de la Alcaldía Mayor de Bogotá.

El recibimiento de ciertos círculos allí no fue el mejor que con rechiflas y gritos demostraban las aristas de la polarización maniquea entre buenos y malos y que atizaría siempre Uribe.

La solidaridad con las víctimas, y sobre todo el rechazo a la barbarie, nunca tienen que pedir permiso.

Hoy, una década después de los graves hechos de El Nogal, cuyas heridas no restañarán nunca, la lección para la nación entera es que el camino del terror o el de las acciones de insana retaliación, a nombre de lo que sea, -aunque hasta ahora nadie ha reivindicado lo indesagraviable- jamás tendrán futuro. Como nunca lo han tenido.

Una década donde tampoco, como en las cuatro anteriores, no ha habido un solo día de paz. Por el contrario, se ha intensificado el conflicto con decenas de miles de muertos en todo el país, con decenas de Nogales, si sumamos todas las tragedias.

Para las 36 víctimas mortales de El Nogal, a todos sus familiares, desde estas páginas, como todos los años, nunca habrá olvido.



NOTA DE REBELIÓN:
Sobre este tema, recomendamos el interesante articulo de Dick Emanuelsson: La otra historia oculta del atentado de El Club Nogal el 7 de febrero 2003 en Bogota (https://www.anncol.eu/index.php/opinion/dick-emanuelsson-anncol/1596-feb-7-la-otra-historia-oculta-del-atentado-de-el-club-nogal-el-7-de-febrero-2003-en-bogota)