martes, 2 de julio de 2013

Historia: Alfonso López Michelsen, los otros cuatro años de esperanza




Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación

Hace un siglo, el 30 de junio de 1913, nació Alfonso López Michelsen, el hijo del presidente López Pumarejo que encabezó la “Revolución en marcha”, y los diarios liberales rememoran la fecha considerándolo el “hombre del siglo XX”. Quizá sea solo un panegírico de quienes tanto recibieron de él, pero lejano de las nuevas generaciones que hoy ni siquiera le otorgaron un sufrido voto en la encuesta de History Channel como el colombiano de todos los tiempos.

Y claro, la prensa habla en especial de su periodo presidencial como un cuatrienio de grandes transformaciones. Electo en 1974 como el primer mandatario pos Frente Nacional,  que había aletargado al país por 16 años, López Michelsen no fue ni la sombra de las ejecutorias del primer gobierno de su padre, 1934-1938, pero como el progenitor, también terminó por dejar fletadas las esperanzas de tantos colombianos en un proceso real de cambios sociales y políticos.

Algo va de un López a otro


López, el viejo, representante legítimo del establecimiento y gran burgués él mismo, le dio un gran impulso a las reformas sociales que reclamaba el país tratándose de ponerse en sintonía con la modernización tras décadas de atraso. Para ello era necesario contar con el apoyo de la naciente clase obrera en la obra transformadora. Entonces llegó una nueva legislación laboral, avanzada para la época y con ella el apoyo sostenido del movimiento sindical. Los campesinos, por su parte, se ilusionaron con la Ley de Tierras, el primer intento de las clases dominantes de resolver la inequidad agraria.

Sin embargo, en su segunda administración de 1942-1946, y tras la “pausa” del presidente Eduardo Santos, -tío abuelo de Juan Manuel Santos- quien consideraba que se había ido muy lejos, y opuesto a su reelección apoyando a otro candidato, López puso el freno de mano al proceso de cambios que había iniciado en los treinta y terminó renunciando en 1945, un año antes de culminar su mandato. Después vendría el año del liberal Lleras Camargo y el interregno de dictaduras conservadoras hasta la caída del Rojas Pinilla en 1957 que llevaron al país a la peor violencia.

Precisamente con el fin del régimen despótico del general Rojas, Alfonso López Michelsen decide dejar el exilio mexicano y regresar a Colombia. Comenzaba el Frente Nacional que pactaron los sectores dominantes, de los dos partidos tradicionales, encabezados por Laureano Gómez, por el conservatismo, y Alberto Lleras y Alfonso López Pumarejo, por el liberalismo.

El nuevo régimen político, votado en forma abrumadora en el plebiscito del 1 de diciembre de 1957, (y que ponía borrón y cuenta nueva a todo el periodo de Violencia como si un hubiera pasado nada) determinaba un sistema de alternación presidencial en el que los dos partidos se repartían en poder cada cuatro años y ninguna otra formación política podría tener acceso a la dirección del Estado, a las cámaras, asambleas y concejos o a la administración de justicia. Quien no fuera liberal o conservador, automáticamente se convertía en un ciudadano de segunda clase.

El otro cuatrienio


Y aquí viene, entonces, el cuatrienio de la esperanza. No el del Mandato Claro de la administración de López Michelsen, 1974-1978, que el pueblo llamó el “mandato caro, con la más aguda inflación quizá de toda la historia del país, cercana al 40% y el consiguiente alto costo de vida. Todo esto condujo a que el sindicalismo se uniera por primera vez e impulsara con sus cuatro centrales, CSTC, UTC, GCT y CTC, el más grande paro cívico que haya vivido Colombia. La acción represiva del gobierno de López Michelsen dejó un saldo de más de una veintena de muertos, centenares de heridos y miles de detenidos. Fue tal la movilización nacional y la furia popular que el mismo presidente llamó la jornada como “el pequeño 9 de abril”.

El cuatrienio de la esperanza de López Michelsen sí que marcó a toda una generación. Y despunta apenas se conocieron los resultados de plebiscito. En enero de 1958, el dirigente liberal con 45 años, que comenzaba así tardíamente su vida política, alertó al país de los graves males que le deparaba a la democracia el naciente Frente Nacional. Y con un destacado grupo de intelectuales, entre ellos, Felipe Salazar Santos y Álvaro Uribe Rueda, funda el Movimiento Revolucionario Liberal y el semanario La Calle, que se mantuvo, en una proeza de la prensa disidente liberal por cuatro años.

Muy pronto las ideas de López se abrieron paso. Y en las plazas públicas comenzó a bullir el ánimo de cambio con fuerte presencia de todos los sectores inconformes, entre ellos los comunistas y toda la izquierda que veían en el MRL una alternativa real de poder. Eran los tiempos del inicio de la Revolución Cubana que comenzaba a ejercer enorme influencia en América Latina.

Y en los primeros comicios del Frente Nacional, en marzo de 1960, el MRL obtiene 310.000 votos, un holgado 15% del electorado, y 17 Representantes a la Cámara. Entre ellos, el mismo López y cuyo suplente era el veterano dirigente agrario comunista y ex guerrillero Juan de la Cruz Varela, lo que demostraba la claridad política del jefe liberal de mantener alianzas con los sectores sociales más importantes del país y no temerle al sambenito del anticomunismo.

López, dispuesto a derrotar el Frente Nacional, prosiguió su frenética marcha nacional contra la alternación presidencial y decide lanzarse como candidato liberal a la primera magistratura que le correspondía a un conservador. Entonces esgrimió la tesis del constituyente primario como el definitivo a la hora de las decisiones electorales. En los comicios para el Congreso de marzo de 1962, el MRL y sus aliados de izquierda, doblan la votación de 1960: 610.000 votos y obtienen 33 de los 145 Representantes a la Cámara, entre ellos varios líderes sociales revolucionarios, y 12 senadores.

Una esperanza llamada MRL


Entonces el establecimiento, que comenzaba a tomarle gusto a la repartija burocrática y a las mieles del poder, comenzó a llenarse de pánico, mientras en los sectores populares y de la juventud, que no tenían canales de expresión crecía el apoyo a López y a su programa revolucionario SETT, Salud, Educación, Tierra, Techo y Trabajo.

Nunca se nos olvidará a Manuel Vásquez Castaño, cofundador con su hermano Fabio del ELN, en uno de los pasillos del Capitolio, durante el primer congreso de las Juventudes del MRL, en 1962, despidiéndose de sus compañeros de militancia camino a la Federación Mundial de la Juventud Democrática, en Budapest, donde a esta organización se le otorgó un asiento.

Entre los cuadros juveniles de ese entonces, nutridos en las ideas del MRL,  se destacaban también, Marco Palacios, Puyana, Gabriel Bustos, para citar algunos.

Y entre la intelectualidad las filas del MRL se llenaron de personajes dándole brillo a ese cuatrienio de esperanzas: historiadores como Indalecio Liévano Aguirre; poetas como Jorge Gaitán Durán; arquitectos como Hernán Viecco; artistas como Bernardo Romero Lozano, Jorge Elías Triana e Ignacio Gómez Jaramillo, además de los más destacados líderes de la izquierda, entre quienes se destacan Gerardo Molina; Diego Montaña Cuéllar, Alfonso Barberena, el más destacado dirigente popular del Valle; y Estanislao Posada, líder del liberalismo antioqueño, Luis Villar Borda.

Las bancadas del MRL en el Congreso, Asambleas Departamentales y Concejos Municipales, mantenían una férrea oposición al sistema y denunciaban todas las tropelías del primer mandato del Frente Nacional en cabeza de Alberto Lleras Camargo. Miles de cuadros se formaron en esta gesta popular, y no era raro ver al MRL en las carpas de los huelguistas, en las marchas estudiantiles y todas las acciones sociales por el cambio. Fue resonante su apoyo a la huelga de Avianca con toma de El Capitolio.

“Ahí les dejo la sigla”


Vendría la prueba de fuego del MRL: las elecciones presidenciales de 1962. Un solo candidato, el del Frente Nacional, el conservador Guillermo León Valencia. Y López contra todo el establecimiento. Fue una campaña dura y desigual en la que el MRL unido resistía el embate de la gran prensa y radio, que no escatimaba insultos y hacía gala de su arsenal anticomunista. En ese cometido electoral nos tocó apoyar, siendo aun un mozalbete, la gran manifestación de Barranquilla, donde López alternó por primera vez en la tribuna, en una plaza de San Nicolás llena hasta las banderas, con Gilberto Vieira, secretario general del partido comunista. Contrario a lo que se decía, ese paso produjo más votos que los reportados en marzo.

López obtuvo finalmente 624.863.000 votos, un poco más de los sacados para las parlamentarias. Pero aun así correspondía al 25% de electorado. Guillermo León Valencia, sumando liberales y conservadores, sacaba 1.633.873. 000 sufragios.

Entonces, lejano al lema de Franklin Delano Roosevelt, el presidente norteamericano que se ufanaba en proclamar que él era un traidor a su clase, López, sabiendo que continuar esa lucha contra el sistema iba a ser ruda y prolongada, vuelve al redil de su clase. Sin tapujos, decide apoyar el nombramiento de un dirigente del MRL, Juan José Turbay como ministro de Minas y Energía del presidente Valencia, contra el querer del movimiento.

Así se abría paso el terreno de las divisiones y de la trashumancia parlamentaria con el norte puesto ahora en la colaboración con el gobierno. Muy atrás quedaba entonces, la célebre frase de López de “pasajeros de la revolución, favor pasar a bordo”. Pronto el MRL entró en barrena y antes los reclamos de las bases y sectores radicales, López, en una frase de esas que lo marcaban cuando quería poner punto final a algo, les dijo, “si quieren, ahí les dejo esa sigla”.

Esos cuatro años de los bríos de izquierda de López fueron de intensa lucha social y política que con dinamismo y compromiso supo liderar. Y que logró integrar a un naciente movimiento contestatario tras nueve largos años de ostracismo causados por la ilegalidad a la que fue arrojado desde 1948 a 1957. Años en los que se dibujó una esperanza por los cambios.

López pactaría después, en 1967, con el partido liberal. Y en pleno Frente Nacional aceptó la gobernación del naciente departamento del Cesar, nombrado por Lleras Restrepo. Éste revalidaba la entrega nombrándolo después como su canciller.


En 1982 López quiso reeditar su Mandato Claro lanzándose a la presidencia a los 69 años, que perdió frente a Belisario Betancur. Pero la historia debe abonarle dos momentos finales de su intensa actividad política tardía: su apoyo firme al proceso de paz de la Uribe, (que visitó varias veces entablando una cálida relación con Jacobo Arenas) y su intransigente posición frente al gobierno de Uribe para que aceptara la propuesta de las FARC de un acuerdo humanitario que permitiera la liberación de los secuestrados. En esa lid, todo el país, a sus 93 años, pocos meses antes de muerte, lo vio con tenis y camiseta marchar por una tórrida Neiva en favor de los plagiados. Sin duda, un compromiso que demostró hasta sus últimos días su estirpe de luchador sin remedio.

martes, 25 de junio de 2013

Historia: Luis Carlos Pérez, el chofer que paró Gaseosas Colombianas por meses y asesoró decenas de sindicatos

Luis Carlos Pérez



Por Roberto Romero Ospina


Luis Carlos Pérez vivió intensamente. Antes de morir, hace veinte años,  acribillado en una calle de Fontibón, en Bogotá,  había cumplido cuatro décadas de lucha incesante al lado de los trabajadores. Su principal escuela fue el sindicato de Gaseosas Colombianas, empresa donde se vinculó como chofer de un camión repartidor a finales de los cincuenta apenas estrenando cédula.

Allí, en ese gigante fabril que sitia ocho manzanas de Puente Aranda, comenzó a destacarse como dirigente sindical. Con apenas 32 años, encabezó la huelga más larga del sector: durante 120 días no se envasó una sola botella de refrescos.

Luego de la victoria, fue expulsado el mismo día de su reintegro ordenado por un juez laboral. Esto no lo desalentó. Por el contrario, puso manos a la obra de organizar a los conductores fundando la Federación de Choferes de Colombia. Su destacada labor lo llevó a convertirse en miembro del Comité Administrativo de la unión del ramo de la entonces poderosa Federación Sindical Mundial, la más grande de entonces.

Pérez emergió también como destacado jefe de la Confederación Sindical de Trabajadores de Colombia, creada en 1961, la segunda central del país y que se disolvió en 1986 para darle paso a la CUT. Era uno de los quince del ejecutivo y como todos no podían llegar a la junta nacional de la naciente confederación unitaria, se le reservó un lugar en la dirección confederal, teniendo todos los méritos para acceder a la otra dirección.

“He conocido pocos oradores tan vibrantes como Luis Carlos Pérez; era un torbellino al que era imposible perderle una sílaba”, anota hoy Jairo Ramírez, ex dirigente sindical de la Federación de Trabajadores de Cundinamarca y miembro del Comité de Derechos Humanos de la USO.

Su verbo encendido agitó decenas de mítines, asambleas sindicales y grandes manifestaciones. Durante el paro cívico nacional organizado y liderado por las cuatro centrales, CSTC, UTC, CTC y CGT, que movilizó a millones de personas y que el presidente López Michelen llamó como “el pequeño 9 de abril”, Pérez se destacó como uno de los más aguerridos agitadores.

Ramírez recuerda a Pérez como una persona cálida y afable, constructor de sindicatos, en especial en la rama que conocía, y nunca renunciaba a una comisión de solidaridad en cualquier parte del país.

En una de esas correrías, en apoyo a los trabajadores de la Empresas Públicas de Medellín, fue detenido el 14 de septiembre de 1981, cuando con un piquete de ellos acudía la oficina del gerente a presentar el pliego de peticiones.

Duró preso cuarenta días en una brutal arbitrariedad que le valió una condena al gobierno de Colombia por parte de la Oficina Internacional del Trabajo.

Y otra vez, en lugar de amilanarse, Pérez volvía a sus lides sindicales. Militante del Partido Comunista, llegó a su comité central. Sus últimos cinco años de militancia los pasó en las filas de A luchar, donde llegó a su dirección nacional como fiscal.

Como se recordará, después del proceso de reinserción de la llamada Corriente de Renovación Socialista, varios de los ex compañeros de Pérez de la dirección de A luchar fueron asesinados por el paramilitarismo y agentes del Estado.

Dos años antes del crimen, Pérez se había dado a la tarea de orientar al sindicato de trabajadores de la empresa de valores Thomas de la Rue, Sintravalores. Precisamente el día de su sacrificio se encontraba asesorando al gremio en las negociaciones del pliego con la patronal.

Durante el sepelio masivo de Luis Carlos Pérez fueron pintadas consignas a lo largo de la 26 que denunciaban a la Thomas de la Rue como perpetradores del crimen.

Es que en plena negociación, en ese aciago 1993, fueron asesinados varios dirigentes de ese sindicato. Unos días antes de caer Pérez, en Santa Marta, era acribillado Hidalgo Facsel completando ocho los líderes muertos de Sintravalores.

Era tal la incursión criminal contra el sindicato que Juan de Jesús Rodríguez, vicepresidente de la organización recibió una andanada de tiros el 9 de diciembre de 1992 cuando entraba a su casa del barrio Kennedy de Bogotá. Quedó parapléjico.

Minutos antes, Rodríguez se había despido de Pérez y de su pequeña hija Erika, de once años, después del estallido de un artefacto dinamitero en las puertas del hotel Orquídea Real donde revisaban la tabla de salarios con los empresarios. La niña sufrió un ataque de nervios por la fuerte explosión que obligó la intervención de un médico.


El viernes 25 de junio de 1993, a las 9:30 a.m., cuando Luis Carlos Pérez, de 64 años, se dirigía a su oficina acompañado de Erika, dos sicarios en una moto de alto cilindraje descargaron sus armas arrebatándole la vida. Ese año también fueron asesinados otros dos dirigentes nacionales de la CUT, Oliverio Molina y Jesús Alirio Guevara. Crímenes que se sumaban a decenas de otros líderes sindicales caídos aquel año de infamias. 

jueves, 13 de junio de 2013

Colombia: El 60 aniversario del golpe de Estado de Rojas Pinilla




Las lecciones del 13 de junio de 1953

Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación


No hay derecho. Seis décadas después del golpe de Estado del general Gustavo Rojas Pinilla, un editorial de El Tiempo sale a justificar su primer año de gobierno. El 9 de junio pasado esa columna que refleja la opinión de la casa, señala oronda que “sesenta años después, aquel 13 de junio de 1953, que habría podido ser una fecha fausta, se recuerda como el comienzo de un cuatrienio que registró aspectos muy positivos en el primer año, dejó obras de infraestructura, pero terminó convertido en melancólica dictadura”.

Previamente el editorialista se atreve a decir que “poco a poco (Rojas) se convirtió en rehén de una camarilla que lo convenció de que sería el segundo Bolívar. Creó una asamblea destinada a reelegirlo, marginó al Partido Liberal, cerró EL TIEMPO y El Espectador, reprimió cruentamente las protestas estudiantiles y asistió al auge de la corrupción. Así, el ‘salvador de la patria’ acabó convertido en tirano tropical”.

Pero si precisamente El Tiempo y toda la prensa liberal saludaron el asalto al poder del general aquel sábado 13 de junio por la noche con titulares que lo calificaron como el “segundo libertador”. Semejante declaración tardía suena a autocritica. Tal vez porque hoy el dueño absoluto del diario es el magnate Luis Carlos Sarmiento Ángulo y allí ya no queda ni recuerdo de los Santos que respaldaron el zarpazo de aquel entonces.

Un saludo non santo


Saludar el golpe militar contra el dictador Laureano Gómez como o lo hicieron las directivas del partido liberal, los diarios El Tiempo y El Espectador, y el ala ospinista del conservatismo, era ni más ni menos que apostarle a la continuidad antidemocrática que se iniciara tras la derrota liberal de 1946.

El general Rojas Pinilla, como alto comandante militar y luego como jefe del ejército, tenía gran responsabilidad en el clima de tropelías contra los liberales en los años de La Violencia que comenzaron en 1946 y que culminaron en el genocidio del gaitanismo. Y los jefes de estas agrupaciones y la prensa bien los sabían.

Cómo iban a olvidar, para citar un ejemplo, que Rojas estaba involucrado en la matanza de la casa liberal de Cali que tuvo lugar el sábado 22 de octubre de 1949 en horas de la noche. Policías y militares dispararon a mansalva contra los asistentes a una asamblea de ese partido en la oposición con un saldo de 12 muertos y 70 heridos. Rojas Pinilla era el comandante de la Tercera Brigada en Cali y esa noche festejaba su acenso como general.

Por ese entonces habían crecido en vastas regiones del país, en especial en los Llanos, las guerrillas liberales que se levantaban en defensa del derecho a la vida. En los comienzos de los cincuenta ya la Dirección Nacional Liberal, que en un principio les brindó su apoyo, las desautorizó abiertamente. El ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo fue enfático en señalar que se trataba de “fascinerosos y bandidos” que no merecen el respaldo del partido.

Guerrillas liberales en los llanos.

El “golpe de opinión”, como calificó el destacado jefe liberal Darío Echandía la toma del poder por parte de Rojas, también contribuiría no solo a derrocar el régimen laureanista, (que ganó las elecciones en 1949 con la total abstención liberal) sino a ponerle freno a la insurrección de decenas de miles de campesinos armados que amenazaban a todo el establecimiento causante de la violencia política.

En efecto, el general golpista logró, ofreciendo una paz llena de promesas sociales, un armisticio con las guerrillas del Llano comandadas por Guadalupe Salcedo el 15 de septiembre, tres meses después de su movimiento de cuartel. Salcedo, ya en la vida civil, fue asesinado en una calle de Bogotá el 6 de junio de 1957 cuando gobernaba una Junta Militar que había derrocado al general Rojas.  

Algunos antecedentes del golpe


La violencia política no partió tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Una vez el partido liberal perdiera las elecciones presidenciales al dividirse entre Gaitán y Turbay lo que le dio el triunfo al conservador Mariano Ospina Pérez, aunque el Congreso quedó en manos de la oposición, se desató el ajuste de cuentas en campos y ciudades. Por eso el sentido de de la Oración por la Paz de Gaitán aquel 28 de febrero de 1948 ante una Plaza de Bolivar colmada de gentes del pueblo y que exigía se pusiera fin a la violencia oficial.

Después del asesinato del caudillo, el punto que marcó la apertura del terror oficial fue el 9 de noviembre de 1949. Ese día Ospina Pérez clausuró el Congreso de mayoría liberal.

El predominio hegemónico de un solo partido en el poder, con las cámaras legislativas cerradas y gobernando bajo el Estado de Sitio solo podía determinar un clima de violencia política que arreciaba a medida que comenzaba a organizarse la resistencia civil y después armada, de vastos sectores de la población campesina contra el estado de cosas.

El Congreso unipartidista de los conservadores, divididos en tres alas rivales, ospinista, alzatista y laureanista, esta última ahora en el mando tras la elección de Laureano Gómez como presidente, aprobó el acto legislativo por el cual se convocaba una Asamblea Nacional Constituyente para introducir reformas a la Carta.

La ANC, que debía reunirse el 15 de junio de 1953, lo hizo semanas más tarde pero ya bajo otro régimen, el del golpe del 13 de junio, en una continuidad del desbarajuste institucional entronizado por sus antecesores. Sería el nuevo escenario de las trifulcas del bipartidismo sectario ahora con presencia de dignatarios liberales y ospinoalzatistas que legislaban a favor de la dictadura militar de Rojas Pinilla.


Rojas Pinilla entra en escena


El llamado “golpe de opinión” del 13 de junio de 1953 pretendía frenar la crisis política que no había encontrado una salida institucionalizada en medio de las reyertas interpartidistas. Las Fuerzas Armadas, que venían siendo convocadas por los liberales y los sectores conservadores en pugna con el dominio laureanista, resolvieron asumir el mando de la Nación a sabiendas que iban a encontrar el respaldo de la ciudadanía, hastiada de violencia.

Toda la prensa, con excepción de los periódicos laureanistas y del partido comunista, saludaron el golpe de cuartel convencida que pronto se iría a restablecer “el imperio de la ley”. El conocido columnista Calibán escribió en El Tiempo: “El Teniente General Gustavo Rojas Pinilla posee cualidades de hombre providencial. Energía, audacia, talento, patriotismo, desinterés y rectitud”.

El establecimiento encontró con Rojas una fórmula que le permitiera cambiar el curso de los acontecimientos marcado por una creciente guerra civil que no solo perjudicaba sus negocios sino que podía, sabiendo de las reservas democráticas que existían en el país tras la insurrección del 9 de abril, llevarlo a la pérdida del control del país.

De ahí que la ofensiva de paz hacia las guerrillas liberales se convertía en la principal meta del nuevo gobierno que se sintonizaba con los intereses económicos de los grandes capitalistas más preocupados en ampliar el mercado y modernizar el país que proseguir una corriente inútil.

El gran patronato colaboró en una u otra forma con las fuerzas reaccionarias en la política de anulación de las libertades ciudadana. Le pareció en un principio preferible para sus intereses la dictadura al antiguo sistema republicano con sus instituciones parlamentarias y sus relativas garantías constitucionales. Cuando el gobierno de Rojas Pinilla fue cayendo en manos de los sectores más intolerantes, la gran burguesía negoció con ellos, ofreciendo su apoyo o su neutralidad política para obtener beneficios tributarios, por ejemplo.

Se acaba la luna de miel


Pero vendrían las contradicciones. Rojas decretó nuevos impuestos para sostener su creciente aparato burocrático-militar, mientras se reiniciaba un nuevo ciclo de la crisis cafetera, ausente en los primeros meses del gobierno que le dieron un buen margen de maniobra política y social a la dictadura. Rojas comenzó a chocar con el poder económico de los industriales sobre todo por la doble tributación que gravaba los ingresos por dividendos, de acciones y bonos, que en 1954 eran exentos. La ANDI reaccionó contra la medida tildándola de expropiatoria.

Las medidas fiscales que podrían aglutinar al pueblo alrededor de Rojas, pues se golpeaba a la burguesía, no tuvieron tal efecto pues al mismo tiempo la dictadura seguía el gasto desenfrenado, la compra de armamento, el despilfarro, continuaba la inflación y la violencia no cesaba con acciones de guerra arrasada como el tratamiento que recibían zonas agrarias enteras como el Cunday y Villarrica. Ofensiva que tendría como respuesta el nacimiento de las guerrillas de Manuel Marulanda por esas regiones del Tolima.

Masacrando los estudiantes.
Ya el  8 y 9 de junio de 1954, al cumplir un año en el poder, Rojas se manchó para siempre con la matanza de estudiantes en pleno centro de Bogotá. Todo el establecimiento y los dos partidos políticos le brindaron su respaldo repitiendo la consigna oficial de que la acción fue provocada por el comunismo internacional.

Rojas caería el 10 de mayo de 1957 tras recias acciones de calle y un paro cívico convocado por los grandes industriales y comerciantes. Vendría luego el Frente Nacional, ese pacto de los dos partidos que borraron de tajo toda la violencia que causaron perdonándose mutuamente escondiendo debajo del tapete el horror de La Violencia. No hubo un solo juicio, no hubo un solo preso. Una lección que deben recordar ahora que se quiere llevar a la cárcel a quienes se atrevan a firmar un armisticio de paz. 

lunes, 10 de junio de 2013

Documental: 50 años de monte



Un documental de Yves Billon de 1999

La historia reciente del conflicto político, social y armado colombiano de la voz de Camilo Torres, Manuel Pérez y Manuel Marulanda Vélez
Yves Billon, Pablo Alejandro / Lunes 10 de junio de 2013




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jueves, 30 de mayo de 2013

Colombia: 1 de junio 1989, ¿Quién asesino al Padre Sergio Restrepo?



La Asociación Campesina para el Desarrollo del Alto Sinú
“ASODECAS”


Exige “Verdad y Justicia” sobre el asesinato del Padre Sergio Restrepo Jaramillo.
El próximo primero de junio se cumplirán 24 años del vil asesinato premeditado del Padre SERGIO RESTREPO JARAMILLO, Sacerdote Jesuita que entrego su ser, hasta su muerte por la vida y la dignidad de los campesinos y campesinas del Alto Sinú.

¿Quién asesino al Padre Sergio Restrepo?


¡¡¡Los campesinos y campesinas de tierralta exigimos la verdad y justicia!!!

Padre Sergio Restrepo Jaramillo, S. J.
Junio 1° De 1989

Sergio había nacido en Medellín (Antíoquia) el 19 de julio de 1939. Su padre fue un ingeniero civil ampliamente conocido en la sociedad antioqueña, como alcal­de que fue de la ciudad capital. Sin terminar aun su bachillerato, adelantado en el Colegio de San Ignacio de Medellín, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús el 12 de diciembre de 1957. Se ordenó como sacerdote jesuita el 7 de diciembre de 1970.

Desde 1973 se dedicó al trabajo pastoral en medios populares, primero como Vicario cooperador en la Parroquia de María Auxiliadora de Medellín, luego como director del Instituto Obrero Tomás Villarraga (1976-79), y luego como Vicario cooperador en la Parroquia de San José de Tierralta, en Córdoba (1979-89), donde fue asesinado.

El trabajo en medios populares correspondió a una opción muy clara y consiente que él hizo y que fue respaldada por sus superiores. Con alma de artista, amante de la na­turaleza, de la vida y de la espontaneidad, fue un hombre descomplicado y práctico a quien repugnaron siempre las estridencias, los protocolos, la publicidad y los honores, y que buscó un estilo de vida que le permitiera sentirse sirviendo, en las formas más prácticas, a los pobres y sencillos.

Su trabajo más prolongado lo desarrolló en Tierralta, donde permaneció casi 10 años. Del equipo de jesuitas que estaba allí en 1989 era el más antiguo, pues estuvo desde que la Parroquia le había sido encomendada a la Compañía de Jesús, en 1979.

El Padre Hernando Muñoz, jesuita que compartió con él el trabajo de Tierralta en sus primeros años, nos cuenta así el trabajo que Sergio desarrolló en esa tierra cordobesa:

“El Padre Sergio empezó desde un principio una labor espiritual y cultural que no paró hasta el último momento de su vida.

La Iglesia parecía una fábrica de cemento, sucia y con un caparazón de mal gusto, la transformó en una belleza de templo, en un lugar que invitaba a la oración y al recogimiento.

La decoró interior y exteriormente con un buen gusto artístico, cambiándole por completo su aspecto físico en ventanas y paredes, con el apoyo que le prestaron artistas de la misma Tierralta, pues hay muchas pinturas y frescos que decoran el interior. Así mismo empleó para su decoración una hermosa piedra verde que se encuentra en la subida de Ventanas.

Al pie del templo existía un fangal, en donde los cerdos se refrescaban con las aguas sucias y se revolcaban en medio del barro y el lodo. El Padre Sergio canalizó las aguas sucias y transformó el lodazal en un precioso jardín.

Allí construyó primero la biblioteca que cuenta en la actualidad con 9.000 volúmenes y es la mejor de la región, y estaba echando los cimientos de un Museo de Cerámica Precolombina, para colocar piezas muy valiosas de la cultura sinuana, únicas en Colombia, encontradas por él o rescatadas de ma­nos de los guaqueros. A los guaqueros les daba una especie de catequesis cultural, enseñándoles a respetar las ollas y a no destruirlas por buscar el oro. No le importaba el estado en que se encontraran las cerámicas; él de todas maneras las recibía, aunque estuvieran en mil pedazos, gastando meses en su reconstrucción pieza por pieza, con verdadera paciencia benedictina. En este campo realizó una labor muy hermosa y científica, con el apoyo de Colcultura, del Programa por la Paz de la Compañía de Jesús y de la misma Parroquia.

Otro campo en el que estuvo trabajando fue en el de la educación, que en esas regiones tropieza con muchas dificultades por parte de los políticos, de las ad­ministraciones municipales y a causa del mismo orden público. Con el apoyo del señor Obispo de la Prelatura y de la Parroquia, y con mucha iniciativa suya organizó profesores veredales a quienes pagaba puntualmente.

Se interesaba también por la promoción de los maestros. A veces se encontra­ba profesores que querían capacitarse más, pero que no lo podían conseguir; entonces el Padre Sergio buscaba la manera de que lo obtuvieran.

Hacía visitas a cada una de las comunidades en donde se encontraban los maestros, dentro de la selva, a veces a caballo o a pie, por el río o en avioneta, cuando eran sitios distantes o peligrosos. Se preocupaba por cada uno de los caseríos o veredas o sitios perdidos de la selva, procurando que se organizasen y que progresasen en el terreno de la educación.

El Padre Sergio durante toda su vida de jesuita sintió un gran amor por las orquídeas. Cuando llegaba a algún sitio o vereda, si le quedaba algún espacio libre de tiempo se iba al monte, al bosque o a la selva a buscar orquídeas.

No era una simple afición lo que lo movía sino una afición científica. Cuando encontraba una orquídea investigaba la especie a la que pertenecía, cómo se llamaba y en qué condiciones climáticas se producía.

Antes de ordenarse y siendo profesor de botánica en el colegio de San Ignacio de Medellín, encontró cerca de El Retiro una orquídea que llevaba su nombre: Sergius Purpúrea.

El Padre Sergio fue también un gran amigo de los árboles y de la reforestación. Cuando llegó a Tierralta encontró que un alcalde había mandado talar todas las palmeras de decenas de años que se encontraban alrededor del parque, para colocar una plancha de cemento, que a 32, 34 o 36 grados centígrados no era nada atractiva para nadie. Remodeló entonces el parque, volviendo a plantar las palmeras y convirtiéndolo en un refrescante lugar de esparcimiento.

Sembró en el corazón de todas las gentes la preocupación y el amor por toda clase de árboles, por las ceibas, por las especies nativas, y en particular por las palmas, de las que hizo un vivero para obsequiar ejemplares a quien se lo solicitara.

Fue también un gran promotor de los jardines. Cuando las señoras visitaban la casa cural y se enamoraban de sus matas, les decía: “no me vaya a dañar mis matas. Dígame cuál le gusta y yo se la siembro”. Al poco tiempo aparecía con la mata, con gran contento de las señoras.

El Padre Sergio estudió también las plantas medicinales, propias de la región, in­cluso las plantas con las que los indígenas o curanderos trataban las mordeduras de serpiente, mostrando en todo una preocupación verdaderamente científica.

Por las noches, en donde es más peligroso salir por las fieras y las serpientes, en sus visitas a las comunidades, se dedicaba a conversar con los campesi­nos, sobre la historia de cada una de estas regiones, tratando de conseguir datos sobre la colonización del Alto Sinú y del San Jorge y de todo este sector del departamento de Córdoba. Es muy posible que hayan quedado entre sus apuntes datos interesantes sobre esta materia.

Pero sobre el artista, el historiador y el científico sobresalía el Padre Sergio Restrepo, el sacerdote. Era una persona que dedicaba todo el tiempo que fuera necesario a la labor sacerdotal, sin importarle el clima, las distancias ni nada. Administraba los sacramentos y daba la catequesis con mucho cariño a los colonos y a los indígenas. Organizaba con mucho esplendor las primeras comuniones. Por todo esto era muy querido y apreciado en todos los campos y veredas. Atendía con especial cuidado a todas las personas que llegaban a la Parroquia con algún problema de partidas. Dedicaba horas y aun semanas a buscar cuidadosamente el dato que el interesado necesitaba.

Nosotros los jesuitas y otras personas amigas no nos explicábamos cómo el Padre Sergio, quien era flaco y parecía de constitución endeble, resistía ese tren de trabajo, en un clima tan ardiente como el de Tierralta. El hecho es que fue el único del equipo de los cuatro que estuvo permanentemente en Tierralta durante casi diez años, hasta que lo asesinaron.

Contexto de violencia:

Tierralta es un extenso municipio (cinco mil kilómetros cuadrados) incrustado en una de las zonas más afectadas por la violencia y los conflictos sociales. Tierra de latifun­dios en manos de ganaderos y madereros y al mismo tiempo zona de refugio de cam­pesinos expulsados por la violencia de la vecina zona del Urabá antioqueño, fue caldo de cultivo para organizaciones guerrilleras que encontraron acogida en amplias capas de campesinos sometidos a condiciones infrahumanas de vida. Pero también fue zona codiciada por poderosos narcotraficantes, quienes la escogieron como residencia y como asentamiento y base de entrenamiento de ejércitos privados a su servicio, los que pudieron desarrollarse gracias a la tolerancia, protección y colaboración de las Fuerzas Armadas del Estado.

Moverse en esa zona durante un período tan prolongado como el que estuvo allí Ser­gio era ya un alto riesgo. Médicos, sacerdotes, educadores y funcionarios, obligados a desplazarse por las zonas rurales, caían rápidamente bajo la “sospecha” de estar colaborando con las guerrillas o con los militares o los paramilitares. Sergio atendió a muchas comunidades campesinas e indígenas de su parroquia, entre ellas a Saiza, un pequeño caserío cuya Iglesia fue destruida a causa de cruentos enfrentamientos entre guerrilla, militares y paramilitares.

Pero, además, vivir en aquel medio y convertirse en confidente de tanta gente victimi­zada por la violencia, era otro motivo de “sospecha”. Sergio era, realmente el amigo de la gente; departía con la gente sencilla en cafeterías y bares y por ello mismo tenía que convertirse en caja de resonancia del profundo conflicto que afectaba a su feligre­sía, donde se producían muertos a granel.

La alianza militar/paramilitar era el poder dominante, con el cual Sergio no quiso tener ninguna relación de amistad; estaban demasiado manchados de sangre, de torturas y de muerte. Por el contrario, cuando Sergio planteó la remodelación y decoración del templo haciendo pintar en él imágenes que llevaran mensajes evangelizadores para el pueblo, decidió incorporar la denuncia directa y plástica entre aquellas expresiones de arte y de catequesis.

En efecto, para el lugar central del templo, Sergio diseñó un mural que sirviera como telón de fondo al altar, inspirándose en el “Paño de Cuaresma” difundido por la or­ganización Misereor (del Episcopado alemán) en 1982, el cual reproduce la obra del artista haitiano Jacques Chéry. Sergio le solicitó al pintor que cambiara las fisonomías negras por otras mestizas.

El artista haitiano quiso plasmar, en el Paño de Cuaresma, la Historia de la Salvación, dividiendo el cuadro en tres planos horizontales, así: Inferior: plano de la oscuridad y de la falta de fe; Centro: plano del vencimiento del mal a través de Cristo; Superior: Plano de la Esperanza y de la Promesa. Por ello en el plano inferior, en la parte central, representó, como raíces del mal, escenas de violencia, de guerra y de tortura.

Cuando Sergio dio las orientaciones al artista para ejecutar la obra, le pidió que en la escena de tortura tratara de plasmar el hecho criminal, conocido por todo el pueblo de Tierralta, de las torturas que los militares habían infligido al ex-sacerdote Bernardo Betancur. Este pecado seguía clamando justicia, ya que Bernardo Betancur, antiguo párroco de Tierralta, quien al retirarse del ejercicio del sacerdocio continuó viviendo en esa población, había sido varias veces detenido y torturado por miembros del Ejército y había sido asesinado por ellos mismos el 3 de noviembre de 1988. El artista plasmó con tanta fidelidad los rasgos físicos de la víctima, dentro de la escena de tortu­ra, que, sin necesidad de explicación, el pueblo leyó permanentemente aquella muda denuncia y se dejó interpelar por ella.

Los militares, sin embargo, no soportaron aquella denuncia que fijaba su horrendo crimen en la memoria del pueblo. El Capitán César Augusto Valencia Moreno, Co­mandante de la Base Militar de Tierralta, presionó repetidas veces a los sacerdotes de la Parroquia para que modificaran el mural, pero siempre encontró resistencias. Entonces comentó confidencialmente a varias personas del pueblo y de fuera del pue­blo, que ese mural iba a tener consecuencias graves y que el Padre Sergio las pagaría.

“A SERGIO LO MATÓ EL MURAL”. Este comentario recorrió el pueblo mil veces, con sigilo, después del asesinato, cuando los feligreses, impactados por el crimen, trataban de relacionar en su memoria comentarios, gestos y actitudes de los militares.

El primero de junio de 1989 Sergio tenía un aire de preocupación desde la mañana. Su profundo conocimiento de aquel pueblo y de sus gentes, le hacía percibir con faci­lidad lo que se salía de su ritmo normal. Comentó a uno de sus compañeros jesuitas que había visto a dos hombres extraños con actitudes sospechosas. “Algo va a pasar”, dijo. En efecto, dos asesinatos se fueron sucediendo, primero el de un conductor de la empresa Cochetral, y luego el de un poblador que transitaba cerca del hospital.

Algunas personas acudieron a la alcaldía para pedir que se hiciera algún control, pues los asesinos se paseaban por el pueblo con la mayor tranquilidad. Entonces el agente de la Policía, Efraín Segundo Estrada Castro, asignado al servicio de Escolta del Al­calde, detuvo por unos momentos a los sicarios y les pidió que lo acompañaran a la alcaldía; sin embargo, estos exhibieron credenciales del B-2 (Servicio de Inteligencia del Ejército) y el agente los dejó libres en el camino. Pocos minutos después dispara­ban contra Sergio.

La Procuraduría pudo establecer posteriormente que los miembros de la Policía tenían instrucciones precisas sobre qué hacer en caso de encontrar a supuestos agentes de servicios secretos del Estado que afirmaran estar ejecutando órdenes a cubierta. En esos casos, los supuestos agentes debían ser conducidos al Comando de la Policía, ser identificados y debía verificarse, en comunicación con sus respectivos comandos, la naturaleza de su misión. Estas normas fueron violadas por el agente Estrada Castro y por el Comando de Distrito de Tierralta. ¿Habrían recibido otro tipo de instrucciones para no aplicar normas tan necesarias aquel día en que ya se habían producido varios asesinatos?

En el momento en que los sicarios dispararon contra Sergio, el Capitán César Augusto Valencia se encontraba en la alcaldía. Las personas que estaban allí lo notaron muy nervioso, pues se asomaba cada momento al balcón, como esperando algo que tar­daba. Cuando se escucharon los disparos, en visible ademán burlesco desenfundó su arma y se colocó detrás de un escritorio.

Personas que se hallaban junto a la alcaldía en el momento de los disparos, no salían de su asombro cuando vieron que varios agentes de la Policía bajaron corriendo de la alcaldía y tomaron una dirección diametralmente opuesta al sitio de donde provenían los disparos. ¿Obraría allí nuevamente la supuesta consigna de omisión, en complici­dad con el crimen?

La Procuraduría pudo establecer también que la Policía, en caso de ocurrir un crimen dentro del poblado, tenía orden de taponar las vías de acceso al casco urbano y de practicar requisas en establecimientos públicos y hoteles, pues ya se sabía que, de ordinario, los asesinos provenían de fuera. Esta nueva omisión permitió a los sicarios huir sin precipitaciones, con una tranquilidad que escandalizó a todos los testigos, y tomar el camino hacia La Apartada, vía que conduce al corregimiento de Río Nuevo y allí al municipio de Valencia.

Las confesiones hechas por un paramilitar ante el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) el 4 de abril de 1990, revelarían que los sicarios provenían de la hacienda Las Tangas, propiedad del narcotraficante Fidel Antonio Castaño Gil, donde tenía su centro de operaciones una poderosa estructura paramilitar a su servicio. El testigo denunciante había presenciado el momento en que los sicarios que asesinaron a Sergio dieron su “parte de victoria” y relataron la ejecución del crimen con minucio­sos detalles, los que coincidían con las versiones de los demás testigos.

La hacienda Las Tangas era un sitio conocido a nivel nacional por su relación con el paramilitarismo. Varios periódicos y revistas de circulación nacional la habían señala­do públicamente como el centro de operaciones del grupo paramilitar que perpetró las masacres de “Honduras” y “La Negra” (en el Urabá antioqueño, 4 de marzo de 1988) y de “Mejor Esquina” (en Buenavista, Córdoba, 3 de abril de 1988), identificando no­minalmente a su propietario, Fidel Castaño Gil, a quien daban el apelativo de “Rambo Colombiano”. Pasma constatar que a pesar de que esta información era de dominio público, la hacienda no fue registrada por organismos de seguridad del Estado, ni su propietario llevado ante la justicia. Esta omisión aun más grave se revela como ante­ cedente de primer orden en los hechos que conducen al asesinato de Sergio.

Pero algo más grave aún es que jóvenes de la región, que prestaron su servicio militar en esta época han revelado que fueron llevados a entrenamientos militares en la ha­cienda Las Tangas, o pudieron constatar que, cuando patrullaban la zona registrando fincas, sus comandantes les impedían ingresar a Las Tangas o a Jaraguay (otra ha­cienda de Fidel Castaño, aledaña a la anterior), a donde sólo entraban los oficiales del Ejército y luego salían con gaseosas, cigarrillos, enlatados y licores para obsequiar a los soldados rasos. También les servían a la entrada de la hacienda, exquisitos banquetes.

El cuadro del crimen con sus autorías intelectuales y materiales fue siendo, poco a poco desvelado, a pesar de los numerosos testimonios que no pudieron ser presen­tados ante la justicia, pues si algo ha asimilado el pueblo de Tierralta en su dolorosa experiencia, es que “quien denuncia, es persona muerta”.

El cadáver de Sergio, luego del sentido homenaje tributado por el pueblo que lo con­sideró “el amigo” por antonomasia, fue trasladado a Medellín con el fin de que sus familiares más cercanos pudieran asistir a sus exequias. Pero su corazón y sus entra­ñas, extraídas durante la necropsia, fueron luego sepultadas en un monumento dentro del templo parroquial, junto a la imagen de Cristo crucificado, donde una placa de mármol exhibe el texto del Epitafio que él mismo había escrito:

En unos cuantos metros cúbicos de aire y noche, poned este Epitafio, que es toda mi fortuna:

Aquí reposa Sergio, Señor de nube y sueños, que gastó sus riquezas de amor y poesía hasta quedar tan limpio como está limpia losa.

Si algún rumor del mundo queréis a su retiro traerle solamente dadle el del ancho mar.

Y si osáis algún día dibujar su retrato, decid: fue un navegante varado en tierra firme.

Buscó siempre el amor en las rutas incógnitas de la inefable rosa de los vientos.

Creyó en la vida.

Hizo de la amistad su lema.

Su existencia fue un sueño.

Y a su muerte devolvió a Dios su alma y reintegró a la tierra lo que ella le había dado: un efímero nombre y un puñado de huesos.

Tomado del libro: Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida, 1992 del Sacerdote Jesuita Javier Giraldo Moreno. www.javiergiraldo.org


sábado, 25 de mayo de 2013

La exposición del Centro de Memoria, activo descubrimiento de los pasos andados por la paz



Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliacion

El Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de la Alcaldía de Bogotá, se llenó de visitantes. Ayer jueves 23 de mayo, a partir de las siete de la noche, decenas de personas, la mayoría jóvenes, colmaron sus instalaciones para apreciar una de las más novedosas exposiciones que tienen lugar en Bogota.

Se trata de una interesante muestra que bajo el titulo “Del 9 de abril a los diálogos de La Habana”, recrea los hechos de violencia política vividos en el país en los últimos sesenta años y llama la atención sobre la importancia de los caminos de paz que se han abierto con las actuales negociaciones para poner fin al conflicto.

A través de una sala de 500 metros cuadrados dividida en seis ámbitos, el visitante hace un recorrido por la historia reciente del país desde los acontecimientos del 9 de abril de 1948.

“Del 9 de abril a La Habana porque se trata de dos momentos, uno, de memoria histórica con el inicio de un ciclo largo de violencias que continúa hasta el presente y La Habana, porque es la gran oportunidad que tienen los colombianos de cerrar un conflicto que comenzó en la mitad del siglo pasado y ahora miramos en el horizonte la posibilidad que se cierre definitivamente para abrir una era histórica de siglos, pero de paz”, dijo Camilo Gonzalez Posso, director del Centro de Memoria.

Cada espacio, ambientado según la época con salas de casas o lugares llenos de objetos auténticos como electrodomésticos y muebles, narra momentos básicos de la vida nacional con el apoyo de audiovisuales.

Se busca así la recreación del espacio y dar un contexto sensorial en el que los visitantes entran en el ambiente de la época interactuando con las piezas expuestas. Aparecen revistas de aquellos tiempos y libros de comics, por ejemplo, que al abrirlos se encuentra una pequeña pantalla que narra un hecho crucial de acontecimientos políticos

Es un activo descubrimiento de los pasos andados por la nación en búsqueda de la paz, valiéndose, por ejemplo, de una réplica exacta de una café de 1950 cuyos platos y pocillos de los parroquianos llevan incrustadas frases que narran, en una breve frase, lo que ocurrió.

“Este es un espacio incluyente, de participación de todos los visitantes. No se trata de una exposición de museo donde la gente va a ver lo que otros hicieron y dar una opinión. Se trata de un espacio participativo para que los aportes y comentarios de manera que entre todos hagamos nuevos relatos que nos permitan a aproximarnos al compromiso por la paz”, añade González.

Cesar Almanza, funcionario público de alto nivel como se describió, 45 años, indicó a esta pagina que “la exposición es una muestra muy completa e interesante de los que hemos vivido en estos 60 años y espero que venga mucho publico a conocer nuestra historia”.

La caja de sorpresas culmina en la sala final que retrata el escenario de La Habana donde los visitantes pueden, a través de unos juegos apuntarle a la búsqueda de la paz y tras ambientarse sobre el tema con un documental y varios elementos gráficos.

Paula Garcia, una sicologa de 32 años, anotó que le llama la atención “la profusión de imagenes y la estructura que permite pasar de un ambiente a otro como un salto en el tiempo que resume todos estos años olvidados”,

No podía faltar el entorno dedicado a los millones de desplazados a través de las intervenciones artísticas de Oscar Manuel Escarraga y Casa de la Mujer con su propuesta “La casa soñada”, que incluso construyó una vivienda real para una familia despojada por la violencia a la entrada del Centro de Memoria.

La exposición comprometió el trabajo de un equipo de quince personas, entre ellos varios artistas invitados y la investigación del Centro de Memoria bajo la curaduría de María del Mar Pizarro. La muestra estará abierta al público hasta el 24 de septiembre con un horario de 9:00 a.m. a 4:00 p.m.

Av, 26 o Jorge E. Gaitan con carrera 19B, Bogota




lunes, 20 de mayo de 2013

A los 25 años del asesinato del primer alcalde electo de la Unión Patriótica y el fallo contra César Pérez Garcia




Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y Reconciliación


Elkim de Jesús Martínez Álvarez, recien electo alcalde por la Unión Patriótica de Remedios, Antioquia, se encontraba en Medellín preparando un viaje a Cartagena para asistir al Sexto congreso del fondo de bienes de sectores públicos donde se iba a estrenar como burgomaestre.

Pero dos sicarios le impideron aquel 16 de mayo su misión oficial. Justo cuando acaba de pagar el arrendiendo del modesto apartamento en el edificio El Cristal, los asesinos le dispararon a quemarropa matándolo en el acto de seis disparos. Huyeron en un carro que los esperaba.

Debía posesionarse el 6 de junio siendo electo en las primeros comicios populares de alcades del 13 marzo de 1988, convirtiéndose Martínez, también, en el primer alcalde asesinado del país.

Martínez, destacado líder popular de Remedio, había sido concejal de su pueblo por dos periodos y ante el crecimiento de la UP en la región, su partido no dudó en lanzarlo como candidato convirtiéndose en la primera fuerza en la región.

Por eso no demoraron las amenazas que se activaron a través del grupo “Muerte a Revolucionarios del Nordeste”, el mismo que bajo las órdenes de Carlos Castaño orquestó el genocidio de la UP el 11 de noviembre de 1988 en otro pueblo vecino con 43 muertos: Segovia.

Aegovia, una de las peores masacres en Colombia
Era tal el hostigamiento que Martínez tenía que viajar a Medellín en forma constante buscando protección ya que el gobierno nacional, en lugar de redoblar su seguridad en Remedios, se la disminuyó.

César Gaviria, ministro de Gobierno del presidente Barco, bajo cuya administración fueron asesinados cuatro candidatos presidenciale y se cometieron los peores crímenes contra la UP, acosado por la prensa se limitó a repetir que el asesinato del primer alcalde electo de este movimiento era solo un hecho aislado.

Hoy todas las investigaciones sobre los atentados contra UP apuntan a que se trató de crímenes sistemáticos que obdecían a una política en la qaue estaban involucrados sectores paramilitares con la complicidad de agentes del Estado.

César Pérez
El pasado 16 de mayo, coincidiendo con este 25 aniversario del crimen de Martínez, en completa impunidad, la Corte Suprema de Justicia condenaba a 30 años de cárcel a César Pérez García, gamonal y ex jefe liberal de aquella martirizada zona antioqueña, por la masacre de Segovia.

Pérez había perdido la alcaldía y el control de Segovia a manos de la UP que eligió a Rita Pabon. Esta no tuvo más remedio, para salvar su vida, que exilarse.

Después de la matanza, como señala la Corte, Pérez y su grupo volvieron a obtener el mando del rico municipio minero antioqueño.

Pérez García, gracias a que la misma Corte declaró hace tres años que la masacre de Segovia era un delito de lesa humanidad y que por lo tanto no prescribe, fue enjuiciado y con su condena se hace justicia en parte a la UP.

Sin embargo, el autor de estos crímenes deberá también responder por la muerte de Elkín de Jesús Martínez como fundador e impulsor del grupo “Muerte a Revolucionarios del Nordeste” como lo estableció la Corte Suprema en un fallo realmente histórico.