Sobre los horrores cometidos por el paramilitarismo |
Por Verdad
Abierta
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reconstruye cómo fue que las Autodefensas de Castaño y Mancuso dominaron esta
entidad que fuera nervio intelectual y político de la vida cordobesa.
El
burro llevaba corbata. Tiraban de él dos estudiantes quienes bajo el más
absoluto silencio lo pasearon desde la entrada de la Universidad de Córdoba
hasta el frente del edificio administrativo. Su protesta era osada, sin duda;
para ellos, inteligente. Se oponían a la posible reelección en la rectoría de
Eduardo González Rada, de Mayorías Liberales, un grupo que lideraba en Córdoba
el congresista Juan Manuel López Cabrales. La Universidad de Córdoba estaba en
un periodo crítico en 2000,
a meses de escoger al nuevo rector.
Mientras
el burro encorbatado se paseaba por la edificación, en un salón se
arremolinaron los trabajadores sindicalizados. Su universidad se la peleaban el
poder político de siempre y el recién llegado poder paramilitar. Temerosos, los
profesores decían que nadie podía evitar lo que todo mundo comentaba en las
esquinas de Montería, que el poder de las armas de derecha se terminara de
tomar la universidad. Había erradicado del plantel todo aquello que le sonara a
izquierda, y había sometido al clientelismo enquistado allí desde hacía años.
La
mockusiana escena del burro expresaba la indignación de los estudiantes con la
corrupción que campeaba en la institución, pero también la rabia contenida por
los asesinatos de los profesores Francisco Aguilar Madera en 1995 y Alberto
Alzate Patiño en 1996 y del representante de los profesores ante diversos
estamentos de la institución, Misael Díaz Urzola en 1998. Éste último terminó
acribillado porque se atrevió a insistir en que se hiciera la convocatoria de
las elecciones de los representantes estudiantiles. Muchos en la universidad
habían tenido que huir para salvar sus vidas. Los que se quedaron callaban de
miedo.
Las Auc
habían asesinado a los profesores Aguilar, Alzate y Díaz cuando estaban en
plena ofensiva para tomarse la Universidad. En 1998, el entonces jefe la
organización armada, Carlos Castaño, anunció la creación de los “Comandos
Campesinos Caribe”, con el objetivo específico de intervenir en las
universidades de la Costa, y su lugarteniente, Salvatore Mancuso, comenzó por la de Córdoba.
Los
violentos ni siquiera permitieron la alegórica representación del burro. Dos de
los estudiantes que montaron la escena fueron secuestrados luego por las
Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) y posteriormente tuvieron que salir del
país, y hoy viven asilados en Canadá.
Rector
desiste
Eduardo González Rada, matemático de profesión, fue el último rector puesto en la universidad por el patriarca liberal de Córdoba, el senador López Cabrales. Al despuntar el nuevo siglo, prácticamente todo estaba dicho para que saliera reelegido por una consulta a la comunidad universitaria. Los candidatos que sacaran más del 30 por ciento de la votación tenían derecho a pasar a la siguiente instancia ante el Consejo Superior de la Universidad, y éste, escogería rector entre los finalistas.
Eduardo González Rada, matemático de profesión, fue el último rector puesto en la universidad por el patriarca liberal de Córdoba, el senador López Cabrales. Al despuntar el nuevo siglo, prácticamente todo estaba dicho para que saliera reelegido por una consulta a la comunidad universitaria. Los candidatos que sacaran más del 30 por ciento de la votación tenían derecho a pasar a la siguiente instancia ante el Consejo Superior de la Universidad, y éste, escogería rector entre los finalistas.
En plena
campaña de reelección, sin embargo, el rector González Rada fue obligado a
asistir a un encuentro con los paramilitares en el Alto Sinú y al regresar a
Montería, desistió de su aspiración. Los rumores de que su gestión en la
universidad había sido muy corrupta habían llegado a oídos de los mandamases de
las Auc. El profesor Hugo Iguarán Cote denunció irregularidades en el gasto de
la Universidad; miembros del sindicato y de la dirigencia estudiantil también
dijeron que la ejecución del presupuesto era inconsistente. Entonces Castaño y
Mancuso, que de fuerza contra-guerrillera pasaron a ejercer un supra-poder en
casi todo lo que ocurría en Córdoba, tuvieron la disculpa perfecta para meterse
a imponer su propia ley en la universidad.
Con la
salida forzada de González, aparecieron diez candidatos nuevos a la rectoría.
Entre ellos, estaba Víctor Hugo Hernández Pérez, otro liberal de origen
‘lopista’, quien desde 1998 había entrado a trabajar en la universidad. Durante
cuatro años dirigió el Centro Regional de Educación a Distancia (Cread). Con el
respaldo de sectores de la universidad, pues ya se había alejado de las filas
‘lopistas’, Hernández se inscribió oficialmente como aspirante a la rectoría en
junio de 2000. El senador López Cabrales había preferido apoyar al profesor
Havid Barrera.
Hernández
ganó la consulta popular interna con casi el 53 por ciento de los votos,
seguido de Havid Barrera, que superó el 30 por ciento. El Consejo Superior de
la institución tenía que definir entre estos dos aspirantes que pasaron el umbral.
Por los siguientes dos meses hasta agosto de 2000, las Auc enviaron razones al
Consejo de que no podía elegir a la ficha de López Cabrales, y los consejeros
divididos no decidían.
Los
paramilitares ya tenían cómplices trabajando en la universidad, como César
Bedoya, quien posteriormente fue asesinado.
El miedo
cundió en los salones de la universidad. Llegaban rumores de amenazas, de
supuestas decisiones tremendas tomadas arriba, en la finca Capilla, de Mancuso,
o en Santa Fe Ralito (municipio de Tierralta). Algunos se dedicaron a rezar por
el nombramiento de Hernández Pérez, armaron cadenas de oración y montaron
vigilia en las puertas de la universidad en Montería. Ese día incluso nació un
niño, hijo de una estudiante, al que bautizaron como Víctor Hugo.
El 12 de
septiembre de 2000, el Consejo Superior resolvió escoger a Hernández. Se creyó
que las muertes pararían allí, pues éste, se comenzó a especular con fuerza,
era el respaldado por los paramilitares. Pero no fue así.
Crimen en
casa del elegido
Varios testigos aseguraron ante las autoridades que Víctor Hugo Hernández y Hugo Iguarán habían hecho un pacto de caballeros antes de la elección y habían acordado que quien ganara nombraría al otro como su vicerrector administrativo.
Varios testigos aseguraron ante las autoridades que Víctor Hugo Hernández y Hugo Iguarán habían hecho un pacto de caballeros antes de la elección y habían acordado que quien ganara nombraría al otro como su vicerrector administrativo.
La alegría
de haber ganado no le duró mucho a Hernández. La misma noche en que se proclamó
su triunfo, pasadas las diez, varios hombres de las autodefensas llegaron a
buscarlo. Uno de ellos le dijo: “El señor quiere hablarle”. Ahí supo Hernández
que era Mancuso quien lo mandaba a llamar. En ése y en otros encuentros, el
jefe armado le hizo saber que había ganado la rectoría porque él se lo había
permitido y que debía consultar con ellos todas las acciones y nombramientos
que hiciera en la institución, para así garantizar la transparencia en la
universidad.
Sin
contarle a nadie, escondiendo su miedo, Hernández continuó adelante con sus
planes en la rectoría. Para anunciar quiénes estarían en su equipo, el 10 de
septiembre de 2000 citó en su casa de Villa del Río de Montería a una reunión
en la que incluyó a Iguarán, pues pensaba cumplirle la promesa de nombrarlo
vicerrector. Pero no alcanzó a anunciarlo cuando dos tipos armados irrumpieron
en la residencia y uno de ellos disparó contra Iguarán y lo mató.
La
sospecha siempre quedó sobre Hernández. ¿Sabía él, que estaba en tratos con
Mancuso, que iban a asesinar a Iguarán?
Walter
José Mejía López, alias ‘el Mello’, preso en la cárcel Ternera de Cartagena lo
acusó ante el fiscal Fabio Severiche; sin embargo luego, el 15 de octubre de
2008, no lo pudo reconocer en la fila de personas que le pusieron las
autoridades. Es más, se retractó públicamente argumentando que había sido
influenciado por el fiscal Severiche. Hoy, más de cuatro años después de esa
diligencia insiste en que su testimonio contra Hernández había sido falso.
Antonio
José Flórez González, profesor de la Universidad y miembro del Sindicato, en
declaración jurada el 30 de octubre de 2007 aseveró que el homicidio de Iguarán
obedeció a que era un académico formado, con experiencia y crítico y que eso
iba en contra de los intereses de Víctor Hugo Hernández. El profesor Flórez
atestiguó pues había estado en la casa del rector elegido, Hernández, ese mismo
día en fue asesinado Iguarán.
El autor
material de un primer atentado contra Iguarán, el paramilitar desmovilizado
Jorge Andrés Medina Torres, alias ‘Brayan’, afirmó ante la justicia el 10 de
septiembre de 2008 que Mancuso dio la orden de matar a Iguarán y de ello tenía
conocimiento Hernández. Sostuvo además que Hernández en varias ocasiones se
había reunido con el jefe de las autodefensas para tratar temas de la
Universidad de Córdoba, siendo César Bedoya, trabajador de la Universidad,
quien señalaba a las personas que deberían ser asesinadas en el platel y que,
de hecho, el día del crimen de Iguarán, Bedoya estaba en la casa de Hernández.
EL 17 de marzo de 2009, nuevamente a la Fiscalía, Medina dijo con relación a
Hernández, “nunca hubo amenazas contra él que yo sepa. Él era candidato de
Mancuso…”.
Hernández
siempre ha sostenido que las inculpaciones son falsas.
De todos
modos, con los fusiles de las Auc en la nuca, Hernández asumió la rectoría.
Pronto entendió que por “transparencia”, estaba obligado con Mancuso a
nombrarle a quién él dijera en cada cargo. Aguantó un año y medio, y el 30 de
mayo de 2002 renunció irrevocablemente al cargo. En su carta alegó problemas
personales, no habló con nadie y huyó de Montería.
El 8 de
junio de 2002 hizo llegar un informe de su gestión, y una carta al Ministerio
de Educación Nacional, al Director de Educación de Educación Superior, a la
Directora del Icfes, a la oficina de Planeación del Icfes, al Consejo Superior
de la Universidad de Córdoba, a la Defensoría del Pueblo, a la Diócesis de
Montería y a los medios de comunicación. Allí les explicaba que “por razones
ajenas a mi voluntad y la necesidad de garantizar mi seguridad y la de mi
familia, me vi en la necesidad de renunciar al cargo de rector de la
Universidad de Córdoba”.
Más tarde
le escribió al recién posesionado presidente Álvaro Uribe, muy cercano a los
temas cordobeses pues por años ha tenido allí su finca ‘El Ubérrimo’. Le pidió
ayuda para poder salir del país como refugiado. La respuesta le llegó mediante
oficio 8201 del 28 de octubre de 2002. En ésta, la Secretaria Privada de la Presidencia
acusó recibo de la comunicación y le informó que la remitió al Director General
para los Derechos Humanos del Ministerio del Interior. Pero ese despacho, ni
ninguno lo llamó para ofrecerle la protección que solicitaba.
El 1º de
diciembre de 2006, Hernández solicitó auxilio a la Defensora del Pueblo de
Montería, María Milene Andrade (quien luego fue nombrada vicecónsul en Nueva
York). Y ella lo asesoró. El 10 de julio de 2007 en escrito dirigido a la
Comisión Nacional de Reparación solicitó la indemnización del Estado por la
intimidación, amenazas y presión de las Autodefensas, argumentando que “durante
el tiempo que se desempeñó como rector experimentó una especie de secuestro
personal e institucional”. Después de golpear otras puertas, al final, a través
la Pastoral Social de la Iglesia, le ofrecieron asilo en Santiago de Chile, a
dónde se fue vivir con su hijo menor, bajo la condición de refugiado. Allí
permaneció casi dos años.
A su
regreso, en febrero de 2008, descubrió, de la peor manera, que era serio el
cuento de que la Fiscalía le seguía un proceso por el crimen de Hugo Iguarán,
como le había contado por teléfono un profesor amigo de Cartagena. Walter
Mejía, alias ‘el Mello’, preso en una cárcel en Cartagena, aseguraba que él
había sido cómplice. Apenas se bajó del avión en el aeropuerto El Dorado fue
detenido. Duró preso casi un año, batallando ante la justicia, alegando su
inocencia. Cuando fue hallado culpable del crimen decidió huir del país. Ahora
está prófugo, pues está condenado en primera instancia a 35 años de cárcel por
el asesinato de su colega Iguarán. Desde su escondite habló con
VerdadAbierta.com. (link a entrevista).
Cuando
Hernández huyó, lo reemplazó en la rectoría de la universidad, Claudio Enrique
Sánchez. Como la de Hernández, la de Sánchez tampoco fue una elección libre.
Hubo forcejeo en el Consejo Superior y en Montería se rumoraba que era otra
imposición de Mancuso. La justicia le abrió investigación a Sánchez y a la
secretaria general de la universidad, Luisa Marina Lora y fueron encarcelados
en diciembre de 2008, por los presuntos delitos de concierto para delinquir
agravado, amenazas y constreñimiento. Fueron puestos en libertad poco tiempo
después.
VerdadAbierta.com
le pidió al ex rector Sánchez Parra su versión de la historia, y éste dijo que
respondería más adelante, pero luego no volvió a responder su teléfono. Al
contactar a Luisa Marina Lora, ella respondió que no le interesaba hablar sobre
el tema de la universidad.
Fiscal en
duda
El fiscal Fabio Severiche, que llevó el caso contra el ex rector Hernández, fue condenado en primera instancia en abril de 2010 como cómplice de concusión, por haber intentado extorsionar a un empresario de Cartagena a cambio de cerrarle un proceso por asesinato en su contra. Para cometer el delito, tuvo ayuda de un fiscal de Justicia y Paz, quien también fue condenado, y algunos desmovilizados del paramilitarismo que estaban presos en la cárcel de Ternera y en otras, quienes estaban dispuestos a acomodar sus testimonios, a cambio de obtener mayores beneficios judiciales y de dinero. En mayo de 2012, la condena a 48 meses de cárcel fue confirmada en segunda instancia por el Tribunal Superior de Cartagena.
El fiscal Fabio Severiche, que llevó el caso contra el ex rector Hernández, fue condenado en primera instancia en abril de 2010 como cómplice de concusión, por haber intentado extorsionar a un empresario de Cartagena a cambio de cerrarle un proceso por asesinato en su contra. Para cometer el delito, tuvo ayuda de un fiscal de Justicia y Paz, quien también fue condenado, y algunos desmovilizados del paramilitarismo que estaban presos en la cárcel de Ternera y en otras, quienes estaban dispuestos a acomodar sus testimonios, a cambio de obtener mayores beneficios judiciales y de dinero. En mayo de 2012, la condena a 48 meses de cárcel fue confirmada en segunda instancia por el Tribunal Superior de Cartagena.
El hecho
de que las acusaciones contra Hernández puedan provenir de testigos falsos hace
aún más difícil para la justicia dilucidar su caso. Pero lo que sí se puede
afirmar, es que cuando fue elegido, el miedo vivía en la Universidad de
Córdoba, y realmente nadie era libre.
Había sido
una década, desde principios de los años noventa, hasta la desmovilización de
Mancuso en 2004, en que loas autodefensas cometieron muchos delitos en la
Universidad de Córdoba, asesinaron y, forzaron al exilio a profesores y
estudiantes. Era imposible que su plan de sanear la universidad con violencia y
crimen pudiera funcionar. Un centro de pensamiento e inteligencia no puede
funcionar bien a punta de bala y de brutalidad.
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