La casa incendida de Carlos Lleras Restrepo, foto El Tiempo
El 6 de septiembre de 1952 o la fiesta de los pirómanos
Por Roberto
Romero Ospina
Jueves, 06 de Septiembre de 2012 08:21
Sí, como dice Carlos Lleras de la Fuente al final de su artículo
en El País,publicado hace cinco días, aquel 6 de septiembre de 1952 fue la
fiesta de los pirómanos. El columnista criticaba a El Tiempo por reimprimir el
20 de agosto pasado un viejo artículo de Alberto Lleras que elogiaba al ex
presidente conservador Roberto Urdaneta Arbeláez.
“Yo no puedo creer que la Junta Directiva
de la Casa Editorial, que tiene varios Santos como miembros, fuera consciente,
y eso los hace ver pequeños, irresponsables o torpes, de que en el año en que
deberían conmemorar los 60 de los incendios del 6 de septiembre de 1952, a los
cuales seguirá vinculado el presidente encargado Roberto Urdaneta Arbeláez,
culpable de ellos por acción u omisión, hayan aprovechado para desenterrar un
viejo artículo de Alberto Lleras (1947) en el cual alababa a esa nefasta
figura”, se dolía Carlos Lleras de la Fuente.
Por su parte Alberto Donadío, en su
columna de El Espectador del 24 de agosto, hacia lo propio. ”El incienso de El
Tiempo se enciende ahora para enaltecer el cuadragésimo aniversario de la
muerte de Urdaneta en 1972. ¿De cuándo acá es este un suceso para evocar? ¿Qué
genuflexión prepara El Tiempo para el 20 de febrero, cuando se cumplirá el
glorioso natalicio 124 de Laureano Gómez?”.
Cuando los pájaros se tomaron a Bogotá
Ese 6 de septiembre de 1952, una turba de pájaros, los paramilitares
de la época, aupada por el presidente conservador Urdaneta Arbeláez, quien
había remplazado al presidente Laureano Gómez por enfermedad de éste, incendió,
en menos de seis hora, los edificios de El Tiempo y El Espectador, las casas
del expresidente Alfonso López Pumarejo y del jefe liberal Carlos Lleras, y no
saciada con su propio horror, la sede de la Dirección Nacional Liberal.
Eran los tiempos de La Violencia iniciada en 1946 por el régimen
derechista de Ospina Pérez y que tuvieron el más amargo momento con el
asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en el imborrable 9 de abril
de 1948.
El pueblo gaitanista, que sufría un genocidio, se levantó en armas
en defensa de la vida. Miles de campesinos se agruparon en los Llanos, Boyacá,
el Valle, Santanderes, Caldas y Tolima contra los chulavitas y pájaros que
desde el gobierno dieron curso al terrorismo de Estado para liquidar todo lo
que oliera a progreso. El partido comunista había sido declarado fuera de la
ley.
Surgieron, entonces, las guerrillas
liberales que ganaban cada vez más influencia, unidad de mando, y sobre todo,
una línea programática que apuntaba a los cambios que exigía un sistema
causante de las miserias del pueblo.
El movimiento insurgente liberal golpeaba sin cesar a las tropas oficiales. El 4 de septiembre de 1952, un comando guerrillero atacó a la policía en Rovira, Tolima, matando a cinco agentes.
Dos días después, el 6 de septiembre, tuvo lugar en Bogotá el sepelio de los caídos en la iglesia de San Diego con la asistencia de Urdaneta Arbeláez.
El movimiento insurgente liberal golpeaba sin cesar a las tropas oficiales. El 4 de septiembre de 1952, un comando guerrillero atacó a la policía en Rovira, Tolima, matando a cinco agentes.
Dos días después, el 6 de septiembre, tuvo lugar en Bogotá el sepelio de los caídos en la iglesia de San Diego con la asistencia de Urdaneta Arbeláez.
El recorrido
siniestro
Apenas se marchó el presidente Urdaneta, varios camiones repletos
de pájaros y policías chulavitas, armados de machetes y fusiles, se dirigieron
a la Avenida Jiménez con Séptima. Primero apedrearon las oficinas de El Tiempo
para luego incendiar sus instalaciones a lo gritos de “abajo los bandoleros
liberales”. La misma dosis contra las instalaciones de este diario de la
carrera 17 con 13.
De inmediato la horda subió por la Jiménez y en la carrera quinta,
asaltaron El Espectador que fue presa de las llamas también. Otra vez en los
camiones, tomaron por la Séptima y en la tercera con 24 quemaron sin
contemplación alguna, la casa del ex presidente liberal Alfonso López Pumarejo.
Frente al Parque Santander, a media cuadra de la Séptima, las
bandas sicariales asaltaron la sede de la Dirección Nacional Liberal y le
prendieron fuego.
Luego tomaron hacia el norte para arrasar con dinamita y fuego, la
residencia de Carlos Lleras Restrepo, situada en la calle 70 con Séptima.
La policía o el ejército jamás aparecieron en estas seis horas de
afrenta. Los carros de bomberos nunca pudieron llegar a los sitios de las
conflagraciones pues la turba impidió su paso como lo presencié a las cinco de
la tarde frente a la casa de Lleras en un hecho que comenzó, desde mi infancia,
a mostrarme desde entonces que no hemos vivido un solo día de paz en Colombia.
Las excusas de Laureano
Laureano Gómez diría un año después, desde su exilo en Nueva York,
que “los sucesos del 6 de septiembre y la manera como se manejaron sus
consecuencias, pugnan con mi concepto del buen gobierno. Tuvieron lugar porque
se aprovechó la ausencia de la ciudad del Designado (Urdaneta) y de los
principales funcionarios.”
Urdaneta también escurría el bulto de su infamia. Rafael, su hijo,
lo llamó al radioteléfono del coche presidencial. Avisado, Urdaneta regresó.
Pero fue tarde. También estaban ausentes los ministros de Gobierno y de Guerra
y el comandante general de las Fuerzas Militares, recordó en una nota el
periodista conservador Alberto Dangond, tratando en vano de ampararlo.
Alfonso López y Carlos Lleras se asilaron en la Embajada de
Venezuela y el 29 de septiembre viajaron a México. Desde el exilio ordenaron la
desmovilización de las guerrillas liberales y cortar todo el apoyo escaso que
recibían.
Se trataba de los más agudos enfrentamientos, incluso a sangre y
fuego, entre los propios mandos del establecimiento, jamás vistos por las
clases dominantes en el siglo pasado.Estos solo se atenuarían con el régimen
del Frente Nacional y como si nada hubiera pasado, no hubo reparación a las
víctimas. Por desgracia más de 300 mil colombianos pagaron con su vida estas
contradicciones en las alturas cuando las dos facciones, como el 6 de
septiembre, incendiaron todo el país.
María Isabel Rueda, periodista laureanista escribió en su libro Casi toda la verdad, que “el incendio de El Tiempo se le atribuye históricamente a una consigna de Laureano Gómez. Sea cierto o no, se volvió una verdad irreversible”.
María Isabel Rueda, periodista laureanista escribió en su libro Casi toda la verdad, que “el incendio de El Tiempo se le atribuye históricamente a una consigna de Laureano Gómez. Sea cierto o no, se volvió una verdad irreversible”.
Laureano, cuando pretendía retomar el mando en la mañana del 13 de
junio de 1953, cayó tras el golpe de Estado de Rojas Pinilla el mismo día en la
noche. El general fue saludado por el partido liberal y la facción ospinista
del conservatismo como “el segundo Libertador”. Sería también defenestrado tras
la gran movilización popular, pero dirigida por los dos partidos tradicionales,
el 10 de mayo de 1957, hace 35 años y tras una secuela de violencia.
Durante su mandato, refrendó la declaratoria de fuera de la ley al
comunismo.
Urdaneta se concilió con los liberales, apoyó el golpe de Rojas y
todos sus crímenes quedaron en la impunidad, incluidos los incendios del 6 de
septiembre, aquella jornada en que la violencia del campo se tomó por un día
toda la capital.
Tomado del portal de Centro de Memoría
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