Por Roberto Romero Ospina, Centro de Memoria, Paz y
Reconciliación
Hace un siglo,
el 30 de junio de 1913, nació Alfonso López Michelsen, el hijo del presidente
López Pumarejo que encabezó la “Revolución en marcha”, y los diarios liberales
rememoran la fecha considerándolo el “hombre del siglo XX”. Quizá sea solo un
panegírico de quienes tanto recibieron de él, pero lejano de las nuevas
generaciones que hoy ni siquiera le otorgaron un sufrido voto en la encuesta de
History Channel como el colombiano de todos los tiempos.
Y claro, la
prensa habla en especial de su periodo presidencial como un cuatrienio de
grandes transformaciones. Electo en 1974 como el primer mandatario pos Frente
Nacional, que había aletargado al país
por 16 años, López Michelsen no fue ni la sombra de las ejecutorias del primer
gobierno de su padre, 1934-1938, pero como el progenitor, también terminó por
dejar fletadas las esperanzas de tantos colombianos en un proceso real de
cambios sociales y políticos.
Algo va de un López a otro
López, el
viejo, representante legítimo del establecimiento y gran burgués él mismo, le
dio un gran impulso a las reformas sociales que reclamaba el país tratándose de
ponerse en sintonía con la modernización tras décadas de atraso. Para ello era
necesario contar con el apoyo de la naciente clase obrera en la obra
transformadora. Entonces llegó una nueva legislación laboral, avanzada para la
época y con ella el apoyo sostenido del movimiento sindical. Los campesinos,
por su parte, se ilusionaron con la Ley de Tierras, el primer intento de las
clases dominantes de resolver la inequidad agraria.
Sin embargo, en
su segunda administración de 1942-1946, y tras la “pausa” del presidente Eduardo
Santos, -tío abuelo de Juan Manuel Santos- quien consideraba que se había ido
muy lejos, y opuesto a su reelección apoyando a otro candidato, López puso el
freno de mano al proceso de cambios que había iniciado en los treinta y terminó
renunciando en 1945, un año antes de culminar su mandato. Después vendría el
año del liberal Lleras Camargo y el interregno de dictaduras conservadoras
hasta la caída del Rojas Pinilla en 1957 que llevaron al país a la peor
violencia.
Precisamente
con el fin del régimen despótico del general Rojas, Alfonso López Michelsen
decide dejar el exilio mexicano y regresar a Colombia. Comenzaba el Frente
Nacional que pactaron los sectores dominantes, de los dos partidos
tradicionales, encabezados por Laureano Gómez, por el conservatismo, y Alberto
Lleras y Alfonso López Pumarejo, por el liberalismo.
El nuevo
régimen político, votado en forma abrumadora en el plebiscito del 1 de
diciembre de 1957, (y que ponía borrón y cuenta nueva a todo el periodo de
Violencia como si un hubiera pasado nada) determinaba un sistema de alternación
presidencial en el que los dos partidos se repartían en poder cada cuatro años
y ninguna otra formación política podría tener acceso a la dirección del
Estado, a las cámaras, asambleas y concejos o a la administración de justicia.
Quien no fuera liberal o conservador, automáticamente se convertía en un
ciudadano de segunda clase.
El otro cuatrienio
Y aquí viene,
entonces, el cuatrienio de la esperanza. No el del Mandato Claro de la administración
de López Michelsen, 1974-1978, que el pueblo llamó el “mandato caro, con la más
aguda inflación quizá de toda la historia del país, cercana al 40% y el
consiguiente alto costo de vida. Todo esto condujo a que el sindicalismo se
uniera por primera vez e impulsara con sus cuatro centrales, CSTC, UTC, GCT y
CTC, el más grande paro cívico que haya vivido Colombia. La acción represiva del
gobierno de López Michelsen dejó un saldo de más de una veintena de muertos,
centenares de heridos y miles de detenidos. Fue tal la movilización nacional y
la furia popular que el mismo presidente llamó la jornada como “el pequeño 9 de
abril”.
El cuatrienio
de la esperanza de López Michelsen sí que marcó a toda una generación. Y
despunta apenas se conocieron los resultados de plebiscito. En enero de 1958,
el dirigente liberal con 45 años, que comenzaba así tardíamente su vida
política, alertó al país de los graves males que le deparaba a la democracia el
naciente Frente Nacional. Y con un destacado grupo de intelectuales, entre ellos,
Felipe Salazar Santos y Álvaro Uribe Rueda, funda el Movimiento Revolucionario
Liberal y el semanario La Calle, que se mantuvo, en una proeza de la prensa
disidente liberal por cuatro años.
Muy pronto las
ideas de López se abrieron paso. Y en las plazas públicas comenzó a bullir el
ánimo de cambio con fuerte presencia de todos los sectores inconformes, entre
ellos los comunistas y toda la izquierda que veían en el MRL una alternativa
real de poder. Eran los tiempos del inicio de la Revolución Cubana que
comenzaba a ejercer enorme influencia en América Latina.
Y en los
primeros comicios del Frente Nacional, en marzo de 1960, el MRL obtiene 310.000
votos, un holgado 15% del electorado, y 17 Representantes a la Cámara. Entre
ellos, el mismo López y cuyo suplente era el veterano dirigente agrario
comunista y ex guerrillero Juan de la Cruz Varela, lo que demostraba la
claridad política del jefe liberal de mantener alianzas con los sectores
sociales más importantes del país y no temerle al sambenito del anticomunismo.
López,
dispuesto a derrotar el Frente Nacional, prosiguió su frenética marcha nacional
contra la alternación presidencial y decide lanzarse como candidato liberal a
la primera magistratura que le correspondía a un conservador. Entonces esgrimió
la tesis del constituyente primario como el definitivo a la hora de las
decisiones electorales. En los comicios para el Congreso de marzo de 1962, el
MRL y sus aliados de izquierda, doblan la votación de 1960: 610.000 votos y
obtienen 33 de los 145 Representantes a la Cámara, entre ellos varios líderes
sociales revolucionarios, y 12 senadores.
Una esperanza llamada MRL
Entonces el
establecimiento, que comenzaba a tomarle gusto a la repartija burocrática y a
las mieles del poder, comenzó a llenarse de pánico, mientras en los sectores
populares y de la juventud, que no tenían canales de expresión crecía el apoyo
a López y a su programa revolucionario SETT, Salud, Educación, Tierra, Techo y
Trabajo.
Nunca se nos
olvidará a Manuel Vásquez Castaño, cofundador con su hermano Fabio del ELN, en
uno de los pasillos del Capitolio, durante el primer congreso de las Juventudes
del MRL, en 1962, despidiéndose de sus compañeros de militancia camino a la
Federación Mundial de la Juventud Democrática, en Budapest, donde a esta
organización se le otorgó un asiento.
Entre los
cuadros juveniles de ese entonces, nutridos en las ideas del MRL, se
destacaban también, Marco Palacios, Puyana, Gabriel Bustos, para citar algunos.
Y entre la
intelectualidad las filas del MRL se llenaron de personajes dándole brillo a
ese cuatrienio de esperanzas: historiadores como Indalecio Liévano Aguirre;
poetas como Jorge Gaitán Durán; arquitectos como Hernán Viecco; artistas como
Bernardo Romero Lozano, Jorge Elías Triana e Ignacio Gómez Jaramillo, además de
los más destacados líderes de la izquierda, entre quienes se destacan Gerardo
Molina; Diego Montaña Cuéllar, Alfonso Barberena, el más destacado dirigente
popular del Valle; y Estanislao Posada, líder del liberalismo antioqueño, Luis
Villar Borda.
Las bancadas
del MRL en el Congreso, Asambleas Departamentales y Concejos Municipales,
mantenían una férrea oposición al sistema y denunciaban todas las tropelías del
primer mandato del Frente Nacional en cabeza de Alberto Lleras Camargo. Miles
de cuadros se formaron en esta gesta popular, y no era raro ver al MRL en las
carpas de los huelguistas, en las marchas estudiantiles y todas las acciones
sociales por el cambio. Fue resonante su apoyo a la huelga de Avianca con toma de
El Capitolio.
“Ahí les dejo la sigla”
Vendría la
prueba de fuego del MRL: las elecciones presidenciales de 1962. Un solo
candidato, el del Frente Nacional, el conservador Guillermo León Valencia. Y
López contra todo el establecimiento. Fue una campaña dura y desigual en la que
el MRL unido resistía el embate de la gran prensa y radio, que no escatimaba
insultos y hacía gala de su arsenal anticomunista. En ese cometido electoral
nos tocó apoyar, siendo aun un mozalbete, la gran manifestación de Barranquilla,
donde López alternó por primera vez en la tribuna, en una plaza de San Nicolás
llena hasta las banderas, con Gilberto Vieira, secretario general del partido
comunista. Contrario a lo que se decía, ese paso produjo más votos que los
reportados en marzo.
López obtuvo
finalmente 624.863.000 votos, un poco más de los sacados para las
parlamentarias. Pero aun así correspondía al 25% de electorado. Guillermo León
Valencia, sumando liberales y conservadores, sacaba 1.633.873. 000 sufragios.
Entonces, lejano
al lema de Franklin Delano Roosevelt, el presidente norteamericano que se
ufanaba en proclamar que él era un traidor a su clase, López, sabiendo que
continuar esa lucha contra el sistema iba a ser ruda y prolongada, vuelve al
redil de su clase. Sin tapujos, decide apoyar el nombramiento de un dirigente
del MRL, Juan José Turbay como ministro de Minas y Energía del presidente
Valencia, contra el querer del movimiento.
Así se abría
paso el terreno de las divisiones y de la trashumancia parlamentaria con el
norte puesto ahora en la colaboración con el gobierno. Muy atrás quedaba
entonces, la célebre frase de López de “pasajeros de la revolución, favor pasar
a bordo”. Pronto el MRL entró en barrena y antes los reclamos de las bases y
sectores radicales, López, en una frase de esas que lo marcaban cuando quería
poner punto final a algo, les dijo, “si quieren, ahí les dejo esa sigla”.
Esos cuatro
años de los bríos de izquierda de López fueron de intensa lucha social y
política que con dinamismo y compromiso supo liderar. Y que logró integrar a un
naciente movimiento contestatario tras nueve largos años de ostracismo causados
por la ilegalidad a la que fue arrojado desde 1948 a 1957. Años en los que se
dibujó una esperanza por los cambios.
López pactaría
después, en 1967, con el partido liberal. Y en pleno Frente Nacional aceptó la
gobernación del naciente departamento del Cesar, nombrado por Lleras Restrepo.
Éste revalidaba la entrega nombrándolo después como su canciller.
En 1982 López
quiso reeditar su Mandato Claro lanzándose a la presidencia a los 69 años, que
perdió frente a Belisario Betancur. Pero la historia debe abonarle dos momentos
finales de su intensa actividad política tardía: su apoyo firme al proceso de
paz de la Uribe, (que visitó varias veces entablando una cálida relación con Jacobo
Arenas) y su intransigente posición frente al gobierno de Uribe para que
aceptara la propuesta de las FARC de un acuerdo humanitario que permitiera la
liberación de los secuestrados. En esa lid, todo el país, a sus 93 años, pocos
meses antes de muerte, lo vio con tenis y camiseta marchar por una tórrida
Neiva en favor de los plagiados. Sin duda, un compromiso que demostró hasta sus
últimos días su estirpe de luchador sin remedio.